"Cuídate de los idus de marzo", advirtió el adivino. Pero Julio César despreció el augurio. Y murió asesinado. "Cuídate del 26 de mayo", debería explicarle Francesc Antich a su correligionaria Francina Armengol. Sobre todo porque ese día de 2003, el Consolat de la Mar y las sedes del PSOE, PSM y UM eran un funeral tras conocerse los resultados de las elecciones celebradas el día anterior. El hoy senador era el cadáver.

El primer Pacto de Progreso se disponía a revalidar su mayoría en las urnas. No había sido una legislatura apacible, pero si la comparamos con la que transcurrió entre 1995 y 1999, con hasta tres presidentes del PP, las tensiones entre PSOE, PSM y UM habían sido peccata minuta. La ecotasa se había convertido en un aparente signo de fortaleza de los políticos frente al poder fáctico hotelero. Los sondeos anunciaban un triunfo de la izquierda, que seguiría gobernando con el apoyo de los regionalistas. La corrupción del PP asomaba la patita y se destapaban los empadronamientos ilícitos para lograr el decisivo escaño de Formentera. Durante la jornada se produjo un incremento notable de la participación que los analistas del Consolat de la Mar atribuyeron a una mayor movilización de las izquierdas.

Sin embargo, llegó la noche y la desazón se apoderó de la coalición gobernante. El PP, con Jaume Matas como candidato, logró la mayoría absoluta gracias al vuelco electoral en Eivissa y Formentera.

Los populares habían jugado hábilmente sus cartas. El ministerio de Medio Ambiente sirvió a Matas para mantener el protagonismo político en Balears y practicar el juego de favores. Incluido el acercamiento a Maria Antònia Munar. La presión de los hoteleros sobre sus empleados fue convincente. Pero, sobre todo, el PP hizo una campaña inteligente, muy parecida a la de Donald Trump quince años después. Jugó fuerte en los lugares donde con pocos votos se obtiene un resultado óptimo en escaños.

Gracias a este triunfo, un eufórico José María Rodríguez proclamaba la misma noche del domingo desde autobús electoral el desahucio de los okupas del Consolat.

Es cierto que existen diferencias con respecto al fiasco de 2003. Hoy la derecha se encuentra igual de fragmentada que la izquierda de entonces. La ecotasa ha sido asumida incluso por el PP aunque anuncie rebajas de invierno. Los hoteleros se debaten entre los populares y Vox a la hora de votar, pero evitan una presión activa. El gran problema para el PP actual es que ha dejado de ser la máquina movilizadora de antaño: con la sede repleta de afiliados a la caza de votos, con dinero negro a espuertas en la caja para organizar campañas impactantes y con un gobierno central en sus manos que zancadilleaba a diario a los pardillos de la izquierda balear.

Están son las ventajas de Francina Armengol. En en Consolat de la Mar deben frotarse las manos con la encuesta del CIS que vaticina una victoria progresista de entre 31 y 35 escaños, al menos dos por encima de la mayoría absoluta gracias a la suma de entre 17 y 19 diputados del PSOE, los siete u ocho de Més y otros tantos de Podemos.

Sin embargo, la derecha tiene un as histórico en la manga: la izquierda de Balears siempre se ha movilizado menos en las autonómicas que en las generales. Si Francina Armengol, Juan Pedro Yllanes y Miquel Ensenyat rebajan la tensión del 28-A fracasarán el 26-M. Queda partido, pese a las encuestas de José Félix Tezanos y a la debilidad de los populares.