Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Con duende

¿Reinserción o castigo?

La imagen de un hombre (sí, un depredador sexual en el seno familiar; sí, recayó apuñalando a un hombre; sí, es un delincuente; pero, mal que le pese a muchos, sigue formando parte del colectivo de los homo sapiens sapiens) llegando al extremo de cortarse el cuello a las puertas de la cárcel donde ha vivido dos décadas porque no encontró otro modo de pedir regresar al único mundo donde ha encajado debería llevarnos a una reflexión profunda. A todos. No seré yo quien defienda a un delincuente sexual, quien me conoce lo sabe bien, pero su acción suicida dice mucho más de lo que aparenta el primer vistazo. Lo que refleja es ese síndrome taleguero tan frecuente en los presos de larga duración, los que se pasan la vida entrando y saliendo para volver a entrar -o se pasan lustros dentro del tirón-. No suelen estar por corrupción ni proceden de los barrios altos. Es un poco como la sanidad pública o privada en el feudo Trump: si tienes dinero y contactos, te reinsertas (o no, pero tienes adonde ir cuando dejas atrás el chabolo y aparentar que lo estás); si no lo tienes, te mueres de asco y vuelves al lumpen del que procedes. Ahora, todo son cruces de culpabilizaciones: los funcionarios arremeten contra Prisiones, y el ministerio, contra sus empleados. La realidad es que ese gesto de cortarse el cuello a las puertas de su único «hogar» (¿se dan cuenta de lo terrible que es, de la soledad absoluta que entraña?) es una sirena ululando a los cuatro vientos la ineficacia de las políticas de reinserción. Y evidencia que las prisiones de hoy siguen teniendo mucho más de su ADN primigenio, ese que hay en los cuartos de los ratones donde niños rebeldes se morían de miedo mientras levantaban muros de odio que explotaban cuando la puerta al fin se abría, que los centros de rehabilitación social que la ley promulga. No aprendió un oficio dentro ni conserva un ser querido fuera.

La única vez que salió, en 2017, resolvió un conflicto con un compañero como se solventan en la trena, apuñalándolo; la asertividad del pincho tan útil para sobrevivir dentro. Es cierto que muchos consiguen vivir de nuevo en libertad, pero, ¿realmente adaptados? O apostamos de una vez (con medios y dinero) por una reinserción real o dejamos la hipocresía bienpensante y le llamamos a esto por su nombre. No es la ley del Talión, pero se le parece tanto...

Compartir el artículo

stats