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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Francisco desde Loyola

Durante tres días, la Provincia de España de la Compañía de Jesús, ha desarrollado una experiencia inusual en su dinamismo tradicional: 240 personas, jesuitas y laicos/as en perfecta simbiosis, han escuchado la presentación del Proyecto Apostólico de esa misma Provincia para los próximos años. Un esfuerzo en el que un equipo de gente preparada de diferentes generaciones, han preguntado y tomado buena nota de opiniones individuales y comunitarias para acabar por redactar este proyecto de amplia visión, pero también de estrictas decisiones. Su columna vertebral puede resumirse en una palabra: profundización. Se mantienen las tareas típicas de los jesuitas, educación, universidades, pastoral y misiones extranjeras, pero se insiste en dos cuestiones que respiran el aire de los tiempos: corrientes migratorias y compromiso ecológico en todas sus dimensiones.

Es decir, una vez más se opta por formar a personas según los criterios del "humanismo cristiano" de Ignacio, pero también por salir al encuentro de una sociedad que impone tareas inesperadas ineludibles. Los pobres materiales y culturales, los descartados en todo sentido, el compromiso de trabajar por eliminar desigualdades en cadena, como horizonte en todas las demás tareas. Opciones que desean marcar un estilo ignaciano para el siglo XXI. Pero todo y mucho más desde una permanente profundización que protagonice sin excusa posible este devenir complejo y esperanzado.

Hoy en día, estamos lanzados socialmente a una carrera desorbitada en persecución de objetivos plurales pero además conseguidos, a la vez desde el criterio de la inmediatez. El tiempo en cuanto tal es un enemigo del humanismo contemporáneo, pero no menos del "trabajo de pensar", sin el que toda acción acaba por vaciarse de sí misma. De esta manera dejamos de poner fundamentos a la realidades que emprendemos, llevados por la furia de un activismo incansable? salvo en el caso de los marginados y marginales que crecen sin descanso. Estas personas nunca corren porque las hemos convertido en estatuas de sal. Pero los demás estamos lanzados a un maratón agónico de acciones sin relación alguna, obsesionados por el "tener" más convulsivo. Es una enfermedad histórica que nos sumerge en la materialidad existencial, en el hedonismo dominante, y en una especie de "deconstrucción" impiadosa de todo lo preexistente. Pensar se ha convertido en un objeto de lujo, salvo para sumergirnos en este mar tempestuoso de las socialités a la moda, de dar vueltas a lo que queremos resolver de verdad sin meter los pies en el barro, y en fin, entregados a la pasión por la igualdad... pero sin poner los medios para realizarla. Falta pensamiento y sobra nominalismo.

En nuestra Asamblea, una y otra vez, se nos ha urgido sobre esa "profundización" ya comentada, expresada por Ignacio de Loyola en su célebre petición de la segunda semana de los Ejercicios Espirituales: "Convendrá pedir conocimiento interno del Señor... Para más amarle y seguirle". Sin conocimiento interno de la realidad, sin pensamiento madurado, sin profundización en fin, es imposible una acción duradera en la sociedad y en la Iglesia. Una profundidad relativa a la praxis del discernimiento ignaciano, es decir, a objetivar/investigar la realidad, a sopesarla/valorarla, a tomar decisiones con determinación. pensar para obrar correctamente. Pensar antes, durante y después de toda acción. La alergia al conocimiento y al pensamiento serenos y despaciosos nunca ha sido ignaciana. De la misma forma que los grandes amores, las pasiones constructivas y las aventuras insobornables ni se improvisan ni se mantienen sin profundidad. Fundamentar la vida. Y en nuestro caso, compartirla con aquellos con los que convivimos en todo tipo de "comunidad de vida". Jesuitas y laicos/as.

El papa Francisco camina por ahí, aunque parezca que se haya especializado en cambios estructurales radicales, que también. Desde su primer manifiesto, aquel texto de la "Evangelii Gaudium" que fuera un evidente programa de pontificado y que se va realizando sin descanso, hasta su proyecto de crear un Ministerio/Dicasterio para Evangelización y otro para la Caridad/Solidaridad, la profundización pastoral del papa argentino está anclada en su personal profundización del Evangelio como referente prioritario. Profundizar para evangelizar... Pero también evangelizar para profundizar: acción y praxis perfectamente unidos para poder esperar de forma estable y fundada.

La Asamble de Loyola, así, se inscribe en una necesidad dialéctica de absoluta necesidad-conocimiento, amor y seguimiento de Jesucristo y del todo coherente con la insistente revolución del papa por el que los jesuitas hemos apostado sin reticencias. No es tiempo de ambivalencias. Tampoco lo es de maniobras insidiosas "por amor a la Iglesia". Es tiempo de obediencia al sucesor de Pedro en su deseo de azuzarnos por el abrupto camino del Evangelio, a pesar de todas las dificultades evidentes. Es tiempo de profundización.

En Loyola, percibimos una ventolera del Espíritu. Está en nuestras manos acogerla y trasladarla a la sociedad y a la Iglesia. Unidos a todos quienes deseen compartir estos criterios que, en definitiva, ya fueron entregados por el Vaticano II en sus grandes documentos. Francisco no inventa desde la nada, porque Francisco recoge, tras profundizarla, la estela eclesial de siglo XX y la hace propia del siglo XXI.

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