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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Petróleo, siempre el petróleo

Fue el petróleo factor determinante para la invasión ilegal de Irak, por mucho que EEUU y sus aliados europeos la justificaran por la necesidad de acabar con un sanguinario dictador, caído por cierto en desgracia tras haber servido a los intereses norteamericanos frente a Irán.

Y vuelve a serlo ahora en Libia, brutalmente eliminado su antiguo hombre fuerte, Muamar el Gadafi, en otra guerra de trágicas consecuencias, y donde pelean actualmente un gobierno reconocido por la ONU y una amalgama militar liderada por un general y antiguo colaborador del coronel.

El conflicto enfrenta además a dos gobiernos europeos -los de París y Roma-, que defienden sus respectivos intereses petroleros sin que parezca preocuparles demasiado sus consecuencias en términos humanitarios.

Italia, que fue durante el fascismo potencia colonial, sostiene al Gobierno de Trípoli, encabezado por el primer ministro Fayez al-Saraj, no sólo porque depende parcialmente de ese país para su abastecimiento energético, sino también porque la guarda costera libia impide que lleguen a Italia cada vez más migrantes africanos.

Por el contrario, Francia apoya al Ejército irregular que dirige desde Tobruk, en la región de la Cirenaica, el general Jalifa Haftar y que integran ex oficiales de Gadafi, salafistas, milicias locales y mercenarios.

Y si la Italia de Matteo Salvini defiende sobre todo allí los intereses de su ente nacional de hicrocarburos, el ENI, el Gobierno de Emmanuel Macron hace lo propio con su competidora francesa, Total, que controla sobre todo en la parte oriental yacimientos e infraestructuras.

La economía de la Cirenaica, base del general rebelde, sigue dependiendo de Trípoli ya que, aunque Haftar controla la mayoría de los yacimientos, el dinero procedente de las ventas internacionales del petróleo libio pasa por su Banco Central, que está en la capital.

El Gobierno de Roma teme que con el eventual triunfo del general Haftar, que ha llevado últimamente su ofensiva hasta las mismas puertas de Trípoli, Francia extienda su dominio económico sobre la que fue su colonia en tiempos de Mussolini.

"Si Francia quiere jugar a la guerra, no nos quedaremos cruzados de brazos", dijo el ministro italiano del Interior, Matteo Salvini, que acusó a París de bloquear todas las iniciativas de paz.

El Gobierno francés, que ha ayudado logísticamente a Haftar en su lucha contra los grupos islamistas que operan en el este, parece considera al general como el nuevo hombre fuerte capaz de estabilizar al y ha impedido, para disgusto del de Roma, una clara condena del general por parte de la Unión Europea.

Teme sobre todo Italia una larga guerra de desgaste, que podría tener sobre todo graves consecuencias económicas. De hecho, la ENI se ha visto obligada últimamente a reducir sus operaciones en Libia y retirar de allí a parte de su personal.

De prolongarse la actual situación, volvería seguramente a crecer el flujo de migrantes hacia Italia, hasta ahora fuertemente limitado gracias al acuerdo al que llegó con Bruselas el Gobierno libio internacionalmente reconocido, y aumentaría además la amenaza terrorista en toda la región.

Por más que Haftar ordenase últimamente a sus tropas marchar sobre Trípoli para "liberar a la capital de terroristas y extremistas", tras las proclamas del general se esconden los intereses contrapuestos de los aliados del general: no sólo Francia, sino también Rusia o Estados Unidos y potencias regionales como Egipto o Arabia Saudí.

Y para complicar aún más el panorama están los últimos sucesos en otros dos países del norte de África: Argelia, donde el longevo presidente Abdelaziz Buteflika, presionado por las masivas protestas callejeras, acabó presentando su dimisión. Y Sudán, del que se escindió en 2011 la parte sur, rica en petróleo, y donde el Ejército acaba de derrocar al dictador Omar al-Bashir.

En ambos países reina la corrupción de la casta militar, que sigue en el poder y controla los principales recursos nacionales. Las profundas desigualdades económicas y la falta de oportunidades para una juventud cada vez más numerosa son una auténtica bomba de relojería que puede explotar en cualquier momento.

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