El Partido Popular que sobrevivió a la destitución de un presidente autonómico, Gabriel Cañellas, por el caso Túnel de Sóller; a su sucesor , Jaume Matas, en la cárcel, tras una legislatura marcada por la corrupción; y a la huida del tercero, José Ramón Bauzá, tras sublevar a sus ciudadanos con sus derivas lingüísticas, ha dejado de ser el partido hegemónico en Balears. Ha pasado de primera a cuarta fuerza política, una derrota que era intuida estas últimas semanas por sus dirigentes y candidatos en las islas, pero en ningún caso con esta dolorosa intensidad. Las caras de Gabriel Company y Margalida Prohens ayer por la noche, una vez conocido el resultado, evidenciaban un golpe que en condiciones normales hubiera provocado dimisiones y una profunda crisis. Sin embargo, a un mes de unas elecciones autonómicas y municipales, es difícil aventurar cómo reaccionará el PP para encarar con ánimo la campaña.

En la izquierda, contundente victoria del PSIB de Francina Armengol y Pere Joan Pons y de Unidas Podemos de Mae de la Concha y Juan Pedro Yllanes. La primera no solo aprovecha el tirón y el acierto de Pedro Sánchez al adelantar los comicios sino que no sufre desgaste alguno en las urnas tras cuatro años de gobierno. El partido de Pablo Iglesias, cuya candidata en Balears era de bajo perfil, pierde votos y un senador, pero mantiene sus dos escaños y la segunda posición, lo que dada la legislatura caótica y crispada que han sufrido en las islas, tiene mérito.

El PP ha perdido, pero el bloque de la derecha ha aguantado bien. De hecho, se mantiene en los 230.000 votos de las elecciones de 2016, sumando a los populares, Ciudadanos y Vox. Lo que ocurre es que la formación de Company ha sufrido una sangría en beneficio sobre todo de la extrema derecha, que ha sacado en Balears unos buenos resultados, porcentualmente superiores a los estatales. Vox entra en las islas con fuerza, con casi 60.000 votos y Malena Contestí como diputada. E irrumpe de forma especialmente destacada en Palma, donde habrá que estar muy atentos a su candidato, el militar Fulgencio Coll, tras los 26.000 sufragios conseguidos, un 14 por ciento, pisándole los talones al PP de Mateu Isern, que se queda en unos pírricos 28.000.

Margalida Prohens es el cartel electoral que habrá llevado a su partido a los peores resultados de la historia. Sus lágrimas de ayer demuestran que ha sentido la derrota como algo personal. Prohens es una política que ha asumido la difícil tarea de bregar en el Parlament con una Armengol crecida estos cuatro años. Era la mejor candidata que podría presentar el PP balear y el batacazo, por tanto, ha sido mayúsculo. Una humillante cuarta posición y la pérdida de casi la mitad de los votos de 2016. Con un 16 por ciento de los votos de Balears y un 14 por ciento en Palma, pasa a convertirse en un personaje secundario. Y para mayor perversión del guión, María Salom consigue un escaño con más porcentaje de apoyos que Prohens, y muy por encima del también candidato a senador por el PP Miguel Ramis. Una victoria que solo cabe interpretar en clave personal y en la que Company queda más tocado todavía.

Ciudadanos ha absorbido una parte de votos del PP, aunque no tantos como Vox. Joan Mesquida entra en el Congreso y logra 22.000 votos más que su predecesor. En Palma los resultados han sido especialmente destacados y, de trasladarse a las elecciones de mayo, sitúan a Ciudadanos como segunda fuerza política en Palma, por detrás del PSOE.

Balears vuelve a quedarse sin un diputado nacionalista. Més ha movilizado a más votantes que en su última coalición con Podemos, pero ha quedado por debajo de sus resultados de 2015. El PI arranca 11.000 votos, que sumados a Veus Progressistes tampoco habrían sumado un escaño. El discurso de Madrid nos mata cala, pero no para dejar de confiar en los partidos estatales.

La resaca electoral durará poco y dará poco margen. Francina Armengol solo puede basar su campaña en aglutinar el voto de la izquierda. Cualquier movimiento de Pedro Sánchez en sentido contrario, acercándose a Ciudadanos, mermará sus expectativas. Habrá que ver si el PSOE sabe manejar los tiempos y aguantar la presión hasta después del 26 de mayo.