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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Lo que da de sí un sueño

He soñado que Carles Francino me invitaba a tomar un café. Estábamos en una terraza, bajo el sol primaveral, charlando de la vida y de proyectos laborales cuando me dice: "Por cierto, esa barriga es de dos meses, ¿verdad?". Mazazo. "No, no estoy embarazada", contesto. "Nunca he sido mujer de vientre plano", me justifico. "Jamás has estado mejor que ahora y no te das cuenta", me responde él. En mi sueño había intenciones coquetas, lo admito y por eso, también hemos hablado de las edades respectivas y de lo poco que aparentábamos los 46 míos y los 54 suyos. Lo primero que he hecho al despertar ha sido teclear en Google: "Edad de Carles Francino". Estaba segura de que, si había acertado, significaba que la vida y el cosmos trataban de decirme algo y que el periodista y yo acabaríamos yendo a tomar un café juntos en el mundo real, o puede que hasta un vino. O dos. Pero no, su edad no coincidía. Menos mal que Freud no levanta la cabeza. La revelación llega con el café de media mañana y comprendo que lo importante del sueño no es quedar con Carles Francino (que me encantaría), es que hay que saber apreciar el momento porque no sabes lo bien que estás hasta que dejas de estarlo.

En la película Girlhood ( Céline Sciamma, 2014) hay una escena en donde la protagonista, una adolescente que trata de encontrarse a sí misma, comparte con sus amigas un momento de especial felicidad: el día que las observó caminar despreocupadas y riéndose de cualquier cosa. Mi abuela decía que la plenitud son momentos, que es sencilla y que lo importante es la capacidad para captarla. Amén. La pareja de mi amigo Rafa ha puesto su relación en entredicho, después de haberle pillado en una de sus infidelidades. Ahora que ella ha iniciado los trámites para la separación, Rafa cae en la cuenta de que es la mujer de su vida y de que el hecho de que se quedara dormida mientras veían una película o de que no compartieran las mismas necesidades en cuanto a frecuencias sexuales no era tan dramático, no le convertía a él en un maduro conformista y tampoco transformaba su relación en un espacio inhóspito. A buenas horas, amigo mío. Pienso en Rafa (y en mi sueño con Francino) y en la cantidad de relaciones y estados de los que disfrutamos sin ser conscientes ni agradecidos. En las personas importantes que apenas valoramos porque se supone que siempre van a estar ahí, en la salud que damos por supuesta, en los derechos que creemos inamovibles o en el bienestar que apenas percibimos. Las elecciones de pasado mañana tienen algo que ver con esto. Con votar, o no, a personas que defienden valores imprescindibles para vivir en democracia y en una sociedad que quiere avanzar y que es respetuosa con los derechos de todos. Comparar es odioso, pero algo en esta campaña me ha recordado a la que enfrentó a Hillary Clinton y a Donald Trump. Algo de demagogia, de falta de educación y de alimentar el miedo y la crispación. Una mala combinación si lo de que se trata es de valorar lo que tenemos y de exigir, siendo constructivos, lo que no tenemos y que mejorará la vida, las oportunidades y la cohesión de todos (y no la de unos pocos).

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