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La ratonera del 'Brexit'

El conservador (tory) David Cameron fue reelegido en 2015 porque propuso un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido (Estado constituido por Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte) en la Unión Europea (UE). Este se celebró el 23 de junio de 2016 y un 48% de los británicos votó a favor de quedarse, mientras un 52% se pronunció a favor de abandonarla. El resultado supuso la defunción política de James Cameron y un legado maldito para Theresa May (europeísta), que concluyó con el Acuerdo sobre el brexit firmado entre la UE y el Reino Unido en 2018. La fecha acordada con Bruselas para salir era el 29 de marzo de este año, recientemente prorrogada hasta el 31 de octubre.

Theresa May se ha enfrentado a su propio partido y a los laboristas de Jeremy Corbyn, que tampoco tienen una posición fijada para intentar ratificar en el Parlamento Británico el citado Acuerdo. Hasta tres veces se lo han rechazado. La explicación está en la llamada cláusula de salvaguarda pactada en el Acuerdo de separación por Bruselas y Londres para evitar la creación de una frontera física entre las repúblicas de Irlanda e Irlanda del Norte. Ambas son miembros de la UE desde 1973: Irlanda del Norte por ser miembro del Reino Unido y la República de Irlanda porque contaba con el incentivo de reducir su dependencia comercial de aquel a través de las cantidades que percibiría por ser miembro de la UE vía Fondos Europeos. Que no es poca cosa. La modernización de España se hizo con 190.000 millones de euros recibidos en 30 años a través de esta fuente de financiación. De las Hurdes y Puerto Urraco a las líneas del AVE, el metro, el puerto de Barcelona y las inversiones de Aena en aeropuertos nacionales, entre muchas otras obras financiadas con fondos europeos.

Pero ¿qué es la famosa salvaguarda que tan desbaratado tiene al Parlamento británico? Recordemos el conflicto étnico que asoló la actual Irlanda del Norte con un resultado de 3500 muertos por la pugna entre unionistas, que querían seguir en el Reino Unido, y los republicanos irlandeses que aspiraban a una Irlanda independiente. El Acuerdo del Viernes Santo de 1998 puso fin al conflicto, e irlandeses y norirlandeses pactaron mantener ambas nacionalidades sin una frontera física que los separase y sin control de pasaportes entre uno y otro estado. Pero el acuerdo del brexit alcanzado entre Bruselas y Reino Unido, que el Parlamento británico rechaza ratificar, supone que una cláusula legal de salvaguarda debería entrar en vigor si para diciembre de 2020 no se ha firmado un acuerdo comercial entre Reino Unido y la UE. Pero como el citado acuerdo no introduce fecha límite para esa temporalidad, los diputados unionistas norirlandeses y la mayoría de los tory entienden que el Reino Unido mantendría una unión aduanera con la UE, e Irlanda del Norte, miembro del Reino Unido, seguiría alineada con ciertas reglas del mercado común europeo hasta que Bruselas quisiera. Es decir, que Irlanda del Norte y la República de Irlanda tendrían problemas de todo tipo como consecuencia de su distinto estatus jurídico y económico, ya que la República de Irlanda es miembro de la UE.

Por otra parte, la mitad de los tory está favor de salir de la UE sin firmar el Acuerdo -el llamado brexit duro-, que supone que se volverían a levantar fronteras entre Reino Unido -Irlanda del Norte- y la República de Irlanda, por cuanto la libre circulación de trabajadores, mercancías, servicios y capitales que supone ser miembro de la UE desaparecería. Los más mayores perciben el temor emocional de la vuelta de los checkpoints, de las garitas con soldados ingleses y norirlandeses y los muros entre las dos Irlandas. Es decir, que la tranquilidad y la paz que le ha supuesto al Reino Unido su inclusión en Europa desaparecería.

Pero la pregunta es cómo se ha llegado hasta aquí y qué salida hay para desbloquear el conflicto. La campaña del brexit fue un despropósito. Se alimentó la insatisfacción popular por medio de la ilusión de que el brexit devolvería al Reino Unido el control sobre la inmigración y su economía. Lo cual es tan falso como el "Hagamos que América vuelva a ser grande" y similares; se retrató a la UE como la fuente de todos los males, en especial como limitadora de la soberanía británica, por lo que le resultaría más ventajoso al Reino Unido comerciar bajo las normas de la Organización Mundial del Comercio que bajo el paraguas comunitario de la UE. Nigel Farage, que vive desde hace 19 años de su sueldo de eurodiputado, cuando aboga por la salida de la UE, fue el principal artífice de la paranoia.

¿Y la solución? ¿Aprobar un mal Acuerdo antes que un brexit sin acuerdo, como pretende Theresa May? El Parlamento le dice que no. Pero es que aunque se lo aprobasen, habría que pactar, después, qué tipo de relaciones comerciales habría entre Reino Unido y la UE. Y seguro que esa negociación tampoco satisfaría a una buena parte de los grupos políticos. Es una ratonera. Y la salida es endiablada. Tiene a la población británica desasosegada. El gobierno de May y el Banco de Inglaterra (Banco Central del Reino Unido) han presentado un estudio en el que se explica que un brexit sin acuerdo depreciaría la libra hasta un 25%: subiría la inflación al 6,5%, elevaría los tipos de interés hasta el 5,5% y contraería el PIB un 8%. Una salida es convocar un nuevo referéndum ahora que la población británica sabe qué supone el brexit. El 70% de los jóvenes votó en 2016 a favor de la permanencia del Reino Unido en la UE sin conocer esas cifras. Que tomen nota los mayores.

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