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País en construcción

El debate sobre los debates no es banal porque en democracia los procedimientos tienen un valor parejo al del fondo de las cuestiones. Sin embargo, resulta llamativo que el asunto central de la campaña sea el de los debates, cuya celebración ha provocado considerable polvareda, en tanto existe un vacío colosal en lo que a propuestas se refiere: de momento, y no parece que vaya a haber cambios en este aspecto, los partidos en liza no han ofrecido verdaderos programas de gobierno: tan sólo pinceladas plagadas de contradicciones, proyectos imposibles porque no son financiables en las condiciones anunciadas, alegatos redentores sin fundamento casi siempre basados en la denigración del adversario.

¿De qué se quiere debatir, en suma? ¿De la fiabilidad subjetiva de los candidatos? ¿De toda la demagogia populista que se ha derrochado en estas últimas semanas? ¿De la subasta fiscal un tanto indecente que está teniendo lugar, en la que varias formaciones prometen la luna con contundentes y simultáneas bajadas de impuestos?

Este es un país en construcción, en que es habitual poner el carro delante de los bueyes. Lo importante es que haya muchos debates —habrá dos, finalmente, y en días sucesivos, sin tiempo siquiera para la digestión entre uno y otro—, para que se puedan expresar a gusto las filias y las fobias, para que el marketing tenga margen de acción, aunque lo de menos sea el análisis de los proyectos. O sea como siempre.

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