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Matías Vallés

El bipartidismo PSOE-Vox

Los socialistas se adelantan en las encuestas y los ultraderechistas en el ruido, polarizando la atención social y arrinconando a las restantes formaciones

El Frente Nacional francés languidecía en los años setenta. Su florecimiento se produjo en la década siguiente. Alcanzó los dobles dígitos de donde nunca se ha apeado durante la presidencia del cardenalicio Mitterrand, casualmente o no. El suspicaz Chirac se negaba a considerar una coincidencia el auge de la ultraderecha, que le mordía una cuota de votantes a los conservadores moderados. Siempre pensó que los socialistas del PSF apadrinaban vergonzosamente al FN, para lastimar por vía indirecta a su adversario natural. Si la política admitiera las moralejas, cabría recordar que los dos partidos tradicionales han desaparecido a efectos prácticos. En cambio, la dinastía Le Pen mantiene intactas sus aspiraciones.

La campaña del 28A ya ha tenido lugar durante al menos tres años, pero la postcampaña cursa con parámetros similares a la realidad electoral francesa desde hace décadas. A saber, el protagonismo compartido por el estridente Vox con un partido más racional que emocional, el socialismo que ha recuperado del exilio a Pedro Sánchez. El bipartidismo PSOE-Vox no necesita traducirse en la victoria de ambos para delinear el debate político, reduciendo a comparsas a formaciones más campanudas. De hecho, el neofranquismo gana si entra en tropel en el Congreso, los socialistas precisan un marcador abultado.

Escuchando a Cayetana Álvarez de Toledo en su revisión del acto sexual contra Irene Montero, la mente viaja instintivamente a los excesos de la candidata de Vox. Salvo que no concurre por la formación ultraderechista, sino en nombre del PP de toda la vida. Pese a ello, tal vez el radicalismo conservador ha descubierto a su Le Pen, porque Abascal carece del carisma de los grandes populistas. El jinete se ve claramente superado en verborrea por la aristócrata, que confiesa la ímproba tarea que afronta para mejorar los resultados populares en Cataluña. En la otra orilla, el beneficiario del reflujo que provoca la derecha colérica es el PSOE. No debería ser la alternativa obligada, pero fuerzas como Ciudadanos han abdicado de su papel amortiguador.

En el flamante bipartidismo, los socialistas se adelantan en las encuestas y los ultraderechistas en el ruido. Sin necesidad de comunicarse, PSOE-Vox polarizan la atención social y arrinconan a las restantes formaciones, que deberían reclamar como mínimo un protagonismo proporcional. Hasta el limosnero Tezanos auxilia al PP, prometiéndole que no se materializarán los resultados que a su CIS le ha costado trescientos mil euros calcular. Esta semana, la dualidad aceptada por la ciudadanía dada su propensión a las estructuras binarias también ha sufrido un varapalo judicial respecto a los debates, que no reformará la tentación bipartidista.

El bipartidismo impropio en curso es una secuela del desmantelamiento del original, tras una breve experiencia bifrontista. España se halla a una semana de unas elecciones en que el mejor situado de PP y PSOE obtendrá un resultado inferior al cosechado habitualmente por ambos. Es decir, no será el campeón sino el menos malo, con datos que avergonzarían a los socialistas y populares de las décadas pretéritas. Para redondear la exigencia del espectáculo, y ante el desfallecimiento de Ciudadanos y Podemos, aflora un nuevo emergente. El partido revelación de la postcampaña es el JEC, porque el activismo de la Junta Electoral Central le garantiza unas decenas de diputados.

La intromisión de la Junta en los debates televisados gozará de avales indudables, pero el protagonismo creciente de dicho organismo dificulta la libertad máxima de confrontación que exige la convocatoria electoral. En un país con clara propensión al ordenancismo estéril, la intervención constante de los árbitros junteros renueva el temor a la censura previa. La literalidad de la exclusión de Vox de un debate vuelve a beneficiar a los protagonistas hegemónicos. Con la audiencia pendiente de la pantalla elegida por Sánchez, la ultraderecha puede presentarse como víctima sin mediar palabra. El neofranquismo es sostenible desde el punto de vista energético, no se desgasta.

Los partidos más significativos habían aceptado el debate a cinco en una cadena privada, con la misma normalidad que la mayoría social. El vuelco propiciado por la Junta no altera el protagonismo a dos, por los evidentes errores de otros aspirantes. A Casado solo lo quiere como presidente del Gobierno la mitad de los votantes del PP. El ciudadano Rivera no actúa como candidato, sino como analista. Pablo Iglesias se muestra avejentado y paternalista, los estragos del contrato esclavista hipotecario. Vox desplaza a sus vecinos permaneciendo ociosamente al margen, y dejando que populares y ciudadanos difundan sus mensajes apocalípticos. El único consuelo radica en que lo peor es muy atractivo, pero no siempre está a la altura de las expectativas.

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