Diario de Mallorca

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La noticia aparecida el martes de esta semana dice que se ha podido medir por vez primera la nada absoluta. Semejante nada y su medición se refieren al trabajo de los físicos cuánticos, imposible de entender en términos de sentido común. Que una partícula pueda ocupar a la vez distintos lugares, o que un gato sea capaz de estar no vivo ni muerto sino en un estado intermedio son certezas que se derivan de las ecuaciones; no guardan relación alguna con lo que podemos ver y palpar. Pero incluso los científicos más aferrados a lo ininteligible son también ciudadanos de a pie cuando salen de su laboratorio. Y en el mundo perceptible por el ser humano es obvio que la nada absoluta ha sido detectada en más de una ocasión.

Las conversaciones, por ejemplo, se encaminan a toda velocidad hacia el vacío completo. Da grima ir a un restaurante y ver la cantidad de mesas en las que la pareja de comensales permanece en silencio, atendiendo cada uno a su móvil y enfrascado en otra nada presente, la de la relación virtual. Es curioso de qué manera el artilugio ideado por Graham Bell se ha ido adueñando de nuestras vidas sin más que meterse en nuestros bolsillos porque somos incapaces de dejar el móvil allí, lejos de la vista, más allá de cinco minutos. La necesidad de relacionarse por medio de palabras que se cruzan con el interlocutor presente ha desaparecido, pues, sustituida por las palabras encadenadas que surgen de cualquiera de las aplicaciones que inundan los teléfonos.

Pero eso de escribir va también camino de la nada. Un primer paso llegó de la mano de las abreviaturas que convierten en innecesario para los angloparlantes el decir tú también si pueden poner U2, o reducen el fin de semana a un finde. La desaparición de las reglas ortográficas y la pereza por la sintaxis conducirá a un mundo en el que los emoticones pueden llegar a convertir las obras de Shakespeare en una sucesión de caras sonrientes o airadas. Incluso lo que nos convirtió en humanos, el hecho de caminar, se dirige a la nada a bordo de bicicletas, patinetes y zancos rodantes que, para mayor comodidad del usuario, son eléctricos y pueden dejarse abandonados en cualquier acera. A los arqueólogos de dentro de un par de miles de años les costará entender semejante abundancia de máquinas pensadas y destinadas a promover la vagancia.

Pero quizá lo peor de todo sea el pensamiento convertido en nada absoluta por culpa de las ansias de poder. Desde los eslóganes a los debates, el vacío no ya de ideas sino de simples discursos en la campaña electoral estremece. Alejamos la funesta manía de pensar, en palabras del rector de la Universidad Complutense que querían complacer al bárbaro rey Fernando VII, y delegamos tales tareas en los gabinetes de comunicación que se dedican a evitar tal cosa. La nada se encuentra ya entre nosotros. Digo yo que medirla quizá sea innecesario.

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