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Javier Cuervo

Artículos de broma

Javier Cuervo

Matar por la felicidad

No importa que la felicidad pueda existir o no. Mientras mucha gente crea en ella funciona como si existiese. Le pasa como a Dios, otra idea de éxito, su mayor rival ahora. Se puede matar por la felicidad. En Turín (Italia) Said Machaouat, de 27 años, asesinó a Stefano Leo, de 33 años, de una puñalada en el cuello. Seleccionó a su víctima entre los muchos que pasaban porque "parecía demasiado feliz, y no soportaba su felicidad. Quería asesinar a un chico como yo, quitarle todos los sueños que tenía, los hijos, arrebatárselo a sus amigos y a sus parientes".

En el cuento de Tolstoi 'La camisa del hombre feliz' un zar enfermo oye a un trovador el remedio a su mal: buscar a un hombre feliz y vestir su camisa. Aparece el hombre feliz, pero no tiene camisa. Said Machaouat lo habría matado porque la felicidad que se le hace insoportable no puede robarse ni es una camisa que se pueda vestir, sólo puede ser destruida. La insoportable felicidad del otro. En Escocia, Jo Cameron es una mujer de 71 años feliz y con insensibilidad al dolor, según los científicos por dos mutaciones en su genoma que hacen que tenga en su cerebro casi el doble de lo normal de anandamida (ananda, en sánscrito, significa felicidad) un cannabinoide endógeno. "Es muchísimo. Esto me hace ridículamente feliz y es molesto estar conmigo".

No soportar la felicidad ajena parece el fruto de una vieja conocida, la envidia, muy teorizada por nuestros clásicos del franquismo. En aquel país de lujuria comprimida se hablaba más de la envidia, quizá porque es un sentimiento de fracasados que explica algunos fracasos. Cuando Miguel Mihura estrenaba con éxito, al día siguiente entraba en el café cojeando para relativizar el triunfo y no dar pie a los envidiosos.

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