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El gran fallo político (y la posibilidad de resolverlo)

Hace unos días me encontré con una antigua alumna que está preocupada por la situación política española. Ella, llamémosle "C", buena persona, muy implicada en todo lo que hace, estaba confusa. Como muchos de nosotros. Me hizo preguntas concretas: "¿Por qué la ultraderecha está teniendo tanto apoyo en nuestro país?". "¿Cómo puede ser que personas próximas a mí apoyen el discurso del odio, que fractura, que demoniza, que carga contra los más vulnerables?". Lo cierto es que en aquel momento no le supe dar una respuesta certera, de modo que voy a intentar responderle por aquí.

Como sociedad, este país ha tenido grandes aciertos pero también grandes fallos en lo político. El mayor de los aciertos, desde mi punto de vista, ha sido crear un estado solidario. De hecho, por nuestro sistema político y por nuestro carácter, me atrevo a decir que España es de los países más solidarios y con mayor cultura cívica del mundo. Este es un país en donde tenemos unos sistemas de Seguridad social, educativo y sanitario que se basan en la solidaridad con el otro, en movilizar recursos para tratar que haya igualdad social. En varias décadas hemos pasado del "sálvese quien pueda" a tener unos derechos que, como ciudadanos, se ven más o menos cumplidos y que garantizan una vida digna. Eso está muy bien y es natural, la cooperación y el altruismo es lo que ha hecho que nuestra especie avance, mucho más que la violencia y el odio. No lo digo yo, lo dicen los principales estudios antropológicos y desde la psicología social.

El gran fallo político es, para mí, haber copiado el modelo dicotómico y maniqueista, de la confrontación entre los líderes de los partidos, el "o eres de los míos o eres mi enemigo". Es un modelo que, a grandes rasgos, nació en Estados Unidos con Kennedy y Nixon y que se ha extendido por varios países (en el sur de Europa, especialmente pero también en democracias como la del Reino Unido y algunos países latinoamericanos). El modelo hace que los políticos traten de convencernos a través de un discurso vacío y agitador que los otros no valen nada y que hay que luchar de forma beligerante contra ellos, diciendo exactamente lo contrario (da igual lo que se diga mientras sea lo opuesto), humillándoles e insultándoles abiertamente. La mayoría de medios, me temo, ha apoyado este espectáculo agresivo que gran parte de los políticos (no todos, insisto) ofrecen desde las tribunas, los escenarios y los platós de televisión. ¿Por qué? Porque eso genera más audiencia que el diálogo constructivo. Bien lo saben Trump, Le Pen y Bolsonaro. Es la gran brecha de las democracias liberales.

Lo que este país necesita es diálogo para resolver los retos que tenemos por delante: para seguir siendo una sociedad integradora y moderna, para conseguir mantener nuestro sistema solidario, que tanto nos ha hecho progresar como país, para acabar con la maldita violencia de género... Me temo que, o dialogamos y construimos los que creemos en el progreso, o las barbaridades que se están leyendo y escuchando últimamente y que provienen de la ultraderecha (y ya también de la derecha) van a seguir expandiéndose y a continuar ganando adeptos. Y si ellos no quieren, al menos estamos el resto.

Imagino que quien no quiere diálogo está en política para defender sus intereses particulares y no el bien común. ¿Quién agita? Aquel que quiere mantenernos divididos. La ciudadanía confrontada es mucho más fácil de convencer, eso lo sabe cualquiera con dos dedos de frente.

Así que "C", frente a las burradas que oigas, mantente serena, argumenta, desmonta (es fácil hacerlo si te documentas mínimamente) y no hagas como ellos: no acuses banalmente, no grites, no pierdas la razón, que tú tienes mucha y de la buena y además no estás sola.

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