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Antonio Papell

Elecciones en vivo y en directo

Las campañas electorales, que en realidad arrancan mucho antes de que lo hagan formalmente, son en gran medida construcciones artificiosas, nada espontáneas, que realizan los expertos de los partidos mediante técnicas de marketing para seducir a los electores. Incluso los mítines, que en otro tiempo vinculaban a los candidatos con las bases sociales, son hoy representaciones teatralizadas destinadas a que las televisiones emitan fragmentos seleccionados, que son verdaderas cuñas publicitarias. Por ello, desde que en 1960 tuvo lugar el primer debate televisado entre Nixon y Kennedy, que fue decisivo para resolver aquella confrontación, tales liturgias se consideran esenciales en el funcionamiento normal de los regímenes democráticos.

En España, los debates televisados no llegaron hasta 1993, cuando ya se habían instalado las televisiones privadas. El 25 de mayo de aquel año se sentaban frente a frente González y Aznar en Antena 3, y repitieron el 1 de junio en Telecinco. Quince años después, en febrero de 2008, se enfrentaron Zapatero y Rajoy, también en dos ocasiones. En 2011 se confrontaron Rubalcaba y Rajoy y en 2015 hubo debates de dos clases, un cara a cara Rajoy- Sánchez y un debate a cuatro en que Rajoy fue sustituido por Sáenz de Santamaría. En 2016, ya estuvo Rajoy en representación del PP.

Ahora, ha comenzado el forcejeo sobre los debates previos a las elecciones de abril (después llegará el momento de planear los de mayo), que en teoría interesan más a los peor situados en las encuestas que a quienes las encabezan. Por el momento, está sobre la mesa la propuesta de un debate a cinco organizado por Atresmedia retransmitido por Antena 3, La Sexta y Onda Cero, en el que los entrevistadores serían Ana Pastor y Vicente Vallés. Cabe la posibilidad de que algún partido con representación parlamentaria recurra este formato por la presencia de Vox, que no la tiene. TVE ha ofrecido un debate a cuatro, sin Vox.

El líder de PP, cuya formación era la más numerosa en el Congreso saliente, pide un cara a cara con Pedro Sánchez, que todavía no ha sido pactado. Y Como es natural hay otras peticiones quizá menos fundadas pero igualmente legítimas (los casos de Albert Rivera y Pablo Iglesias, que querrían sendos cara a cara con Sánchez)?

Lo que suceda al respecto será el fruto de una negociación, pero conviene significar que el criterio de los distintos actores debería ser lo más amplio y generoso posible. Los debates electorales permiten la mejor aproximación de la opinión pública a sus líderes políticos, la menos mixtificada y la menos manipulable, por lo que se puede decir sin temor a errar que el proceso electoral se enriquece y perfecciona cuando se da a los electores la posibilidad de presenciar las discusiones entre sus dirigentes y aspirantes a serlo de forma directa y sin elaboración ni intermediarios. En un debate, se pueden poner corsés formales, pero el observador saca siempre sus propias conclusiones independientes.

Es más: en un mundo como el nuestro en que las tecnologías de la comunicación y la información hacen posible la comunicación directa entre electores y elegidos, el no aprovechamiento de tales posibilidades sería una especie de fraude de ley ya que se frustraría un conocimiento cabal de las opciones en litigio. En el pasado, ha habido algunas propuestas que pretendían incluir la obligatoriedad de los debates en la ley electoral, y aunque no parece razonable rigidizar semejantes protocolos, que deberían mantener ciertas dosis de espontaneidad, habría que llegar a tal formalidad si los políticos no accedieran motu proprio a debatir con profusión.

La opinión pública valorará sin duda la predisposición de los candidatos a mantener debates con sus rivales, frente a la excesiva prudencia de alguno que pretenda evitar riesgos (un mal día lo tiene cualquiera). En cualquier caso, si los debates abundan, será más improbable que un error aislado pueda perturbar el resultado: si tenemos ocasión de conocer bien, mediante varias intervenciones, a todos los candidatos junto a sus principales referencias programáticas, el voto será reflejo de unas preferencias más meditadas y elaboradas que cuando los electores no tienen ocasión de conocer a fondo la personalidad y el talante de cada cual.

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