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Antonio Papell

Iglesia: crueldad con los gays

Obstinadamente, los obispos españoles, a través de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, han decidido apoyar los cursos para "curar" la homosexualidad -pseudoterapias homófobas según la psiquiatría contemporánea— que patrocina el Obispado de Alcalá de Henares, a cuyo frente está monseñor Juan Antonio Reig Plá y que se imparten en el Centro de Orientación Familiar (CAF) creado en el seno de la diócesis.

En la nota, la Conferencia Episcopal subraya que los obispos defienden "la libertad de conciencia de cada persona para afrontar sus diversas situaciones existenciales, buscando ayuda y acompañamiento en las personas e instituciones que les merezcan confianza, entre otras la de la Iglesia". Tal libertad, reconocida por la Constitución, debe servir "para ofrecer su visión de la persona y acoger y acompañar a quien libremente se acerque a ella para crecer en un desarrollo humano integral desde el anuncio del Evangelio y el amor misericordioso de Dios". Y para avalar la terapia en cuestión, se argumenta -en nombre de Dios, puesto que se menciona- que la terapeuta que dirige tales cursos "es doctora en Biología y ha hecho el Máster en Acompañamiento Familiar en el Instituto Juan Pablo II".

En 1990, la Organización Mundial de la Salud retiró la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Ello fue seguramente una consecuencia directa de la eliminación de la homosexualidad del 'Manual de Diagnóstico de los trastornos mentales' de la Asociación Americana de Psiquiatría. Los Estados Unidos despenalizaron sin embargo tardíamente la homosexualidad: en 2003 a nivel federal. En el resto del mundo, la despenalización está lejos de haber concluido: cerca del 40% de la población mundial vive en países que todavía la sancionan, incluso con la pena de muerte. El reconocimiento de la unión de homosexuales con derechos idénticos a las parejas heterosexuales está todavía más en mantillas, aunque en nuestro ámbito occidental las libertades vinculadas a la libertad sexual y que afectan a todo el colectivo LGTB están reconociéndose a velocidad creciente y de modo cada vez más amplio.

El problema de la discriminación no se habrá resuelto sin embargo si no se asume socialmente que el homosexual no es un enfermo ni un pervertido sino un individuo biológicamente sano que tiene unas preferencias sexuales que no coinciden con el canon mayoritario. Ser homosexual no se elige, como ser rubio o moreno, alto o bajo. Están totalmente desacreditadas las teorías que pretendieron explicar la homosexualidad como consecuencia de algunas carencias psicológicas de índole familiar o de adaptación.

El problema de los homosexuales, que en España disfrutan de pleno reconocimiento legal y de la totalidad de los derechos, incluso de los del matrimonio y la adopción, es, sigue siendo, el rechazo social. En una sociedad machista, los adolescentes que sienten unas inclinaciones sexuales que no coinciden con las mayoritarias no logran fácilmente adaptarse al entorno, son fácilmente víctimas de acoso y, en la práctica, forman un colectivo mucho más propenso al suicidio que la media. A estos jóvenes que deberán construir su vida aceptando su propia identidad no les ayuda, como es obvio, que, en lugar de encontrar el apoyo de la sociedad que les anime a seguir sus impulsos con la dignidad intacta, se les diga que podrían "curarse", y que deberían hacerlo porque lo suyo es una abominación. Tampoco es aceptable por cruel e inhumana la receta, usada por la jerarquía católica, de que pueden redimirse de su "tara" mediante la castidad: ser homosexual no es pecado -se les dice-; sí lo es, en cambio, cometer actos homosexuales.

Quienes tengan la desgracia de estar sometidos al proselitismo de tales teorías estarán sometidos a un crudo sufrimiento, porque se considerarán condenados por una bíblica maldición que les obliga a repudiarse a sí mismos, a no ser como realmente son, a contener todos sus impulsos afectivos. La "curación" que se les brinda los arroja en realidad a la pérdida de toda su autoestima y a una vida frustrada en soledad o en el gheto.

Quienes cometan tal inhumanidad, con falsos escudos religiosos -no hay Dios alguno que pueda postular tales crueldades- serán responsables del daño que causen. Y merecen la hostilidad y el desprecio de quienes nunca aceptaremos que el sectarismo y la superstición arruine la felicidad de los demás.

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