Florentino Pérez, presidente de la constructora ACS, respiró hondo y entró al despacho del máximo accionista de la compañía, Florentino Pérez. Con los jefes nunca se sabe. Saludó con más entusiasmo del que recibió a cambio y, obediente a una orden canina, se sentó.
Alternando la mirada entre los dos campos visuales lindantes del informe impreso y del rostro al otro lado, Florentino Pérez resumió con voz fría los resultados, avanzó que, dada la circunstancia nacional e internacional, merecía por ellos un aumento en sus ingresos de un 15% y clavó la mirada y la conversación en un silencio incómodo.
Florentino Pérez tragó saliva, dejó sonar unos segundos estruendosos como campanadas, recompuso interiormente el tono que iban a llevar sus palabras y con gravedad anunció que, de ningún modo estaba dispuesto a aceptar un aumento de su retribución anual superior al 5%. El máximo accionista perdió su vista en el fondo sur de su despacho, más allá de donde alcanzaba su vista y soltó el aire por la nariz como si la irritación le hubiera pinchado un neumático.
-Eres el Messi de los presidentes de constructora -espetó, sañudo- Quince por ciento y una aportación de dos millones a tu pensión, para que alcance los 43 millones.
Florentino Pérez descabalgó las gafas, calculó dónde estaban los ojos del máximo accionista, imponente al contraluz, y argumentó con hielo.
-Mi tiempo vale tanto dinero que no puedo perderlo en negociaciones. Diez por ciento o dimito. 5,39 millones en metálico y 1,36 millones de aportación a la pensión. Ni un euro más.
El máximo accionista aceptó en el mismo gesto, imperceptible, la oferta y la derrota. Florentino es un negociador diamantino, pensó.