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Miedo, tengo miedo, de quererte...

Hace pocos días un poeta catalán leído y valorado y respetado en todo el país -me refiero a España-, aseguraba en una entrevista que España le daba miedo desde los Reyes Católicos. Lo decía en un periódico español, no mexicano, a toda página y nada sospechoso ese periódico -más bien lo contrario- de antiespañolismo. Lo más curioso es que cuando este poeta aún tenía pocos lectores en Cataluña -ahora es de los más leídos-, en Andalucía se le trataba como oro en paño y sus traducciones al castellano en editoriales madrileñas se vendían como rosquillas por todo el país y sigo refiriéndome a España. Poetas españoles escribían sobre sus versos, prologaban sus traducciones, presentaban sus libros y se fotografiaban con él. Y hasta el presidente de gobierno -entonces Aznar- lo invitaba a La Moncloa a sus veladas de poetas (como es sabido Aznar, antes de ser un converso de la gimnasia, fue un converso de la poesía española). Por supuesto esta ola de afecto e interés hacia su poesía también fructificó en Cataluña y hubo momentos, algunos muy recientes, en que su proyección literaria parecía -no sé ahora- más importante, por ejemplo, que la del gran Pere Gimferrer. Por el eco en los medios, digo.

Quiero decir con esto lo que cualquier lector habrá adivinado. Que el poeta en cuestión no ha sido un poeta marginado, ni maltratado, ni anulado, ni obviado, ni ninguneado, ni desfavorecido, ni apartado, ni desclasado, en su propio país -sea este España o Cataluña o ambas- y sin embargo España le da miedo desde los Reyes Católicos. Lo que también es un asunto curioso; lo del miedo histórico cuando no estábamos allí. ¿Desde qué presupuestos contemporáneos se puede sentir miedo de la España de los Reyes Católicos si uno, como es su caso, no desciende de Boabdil, ni de los sefardíes expulsados, ni de los moriscos después? Repito: sentir miedo: ese sentimiento irracional que destruye y empuja al abismo. ¿De los Reyes Católicos? ¿Y de la Inglaterra de la reina Isabel, que freía -entre otros- a los católicos que pillaba, se siente miedo? ¿Y de la Francia de la matanza de los hugonotes la noche de san Bartolomé (duró varios meses, esa noche), qué tal? En fin, que el país natal dé miedo según como vaya comportándose durante nuestra vida es bastante más natural que el miedo retrospectivo que, de entrada, parece caprichoso y ficticio. Entre otras cosas, vuelvo a decir, porque no estábamos y porque ese país antiguo y su miedo es ya un constructo del imaginario particular de cada uno.

Es cierto que España tiene fama de madrastra ganada a pulso y muy bien contada, por ejemplo, por Luis Cernuda en poesía, o por Juan Goytisolo en novela. Una España-madrastra que incluye a todas sus partes y a ninguna excluye, ojo. Pero Cernuda, como Goytisolo, deyectaba a sus compatriotas -lean su poema del mismo título- por sus hechos y no porque considerara que Andalucía era mejor que el resto del país y que por eso tenía que evocar su miedo: para justificar su voluntad de partida y ahí os den. Que es lo que se desprende de la declaración del poeta catalán en cuestión. O ese, al menos, es su aroma.

Todo este pensamiento arranca, me da la impresión, de dos fuentes que nos persiguen y perseguirán mientras el mundo lo sea, me temo. Una -que nada tiene que ver con el independentismo- es la herencia del pesimismo de la Generación del 98, tras la pérdida de Cuba y Filipinas y en pleno aislamiento internacional de España. Y detrás de esa visión noventayochista, el desastroso siglo XIX de las guerras carlistas -la reacción contra la voluntad de modernidad- y el tinte fatalista vía Schopenhauer que impregnaba el pensamiento de alguno de esos autores.

Pero he dicho dos fuentes y me falta una. Tratándose de poetas -lo digo por el del miedo a España desde los Reyes Católicos (y hay que recordar que antes de ellos, España como tal no existía)- la otra fuente es el Romanticismo español. Hablo -sigo haciéndolo- de poesía y sociedad y aquí sí que se cuela un antepasado cultural del nacionalismo: el Romanticismo. Al romanticismo español le faltó Keats. Quiero decir que bebió mucho más del romanticismo alemán y de la parte más grandilocuente de Byron, o del naturalismo teatral de Coleridge, que de la música meditativa de John Keats -que tiene su ancestro metafísico en el maravilloso John Donne-. Esta grandísima carencia ha favorecido que no supiéramos pensarnos bien y -disculpen la simplificación-, dijéramos -o hiciéramos- muchas tonterías. Que la sabiduría, la calma y la meditación se ausentaran tantas veces de la visión poética española y se optara, ya en el siglo XX, por mirarse en el surrealismo francés o en la pobreza de un realismo de voluntad política. Faltaba Keats, que sí incorporaron -tarde- Gabriel Ferrater y Jaime Gil de Biedma a través de la incorporación de W.H. Auden en sus poéticas respectivas. ¿Y por qué da tanta importancia a la poesía?, preguntarán. Porque la tiene, porque de ella nace todo y en ella todo se hace. Después pasa a otras materias, tanto literarias como filosóficas y de ahí al pensamiento social y político y a las modas. Un proceso decadente pero tan humano como todos nosotros. Hasta Stalin la leía con lupa y castigaba a los poetas -a la muerte o al gulag, otra muerte- según lo que habían escrito.

Volvamos al principio. Hace varias legislaturas el presidente del gobierno de España invitaba a poetas de todas partes del país a comer en La Moncloa y así emulaba -de forma más versallesca- las tertulias de la famosa 'Bodeguiya' de la época de Felipe González. Me contaron que en una ocasión -asistiendo a la comida el poeta en cuestión- fueron avanzando las horas y se estaba pasando casi la destinada a coger el tren hacia Andalucía, donde el poeta en cuestión tenía un recital en un festival. Eso me contaron y como los poetas suelen ser malitos entre sí, no sé si es cierto o no. Si no lo es, mis disculpas por repetir una anécdota falsa; si lo es, pues bueno, pues bien, y adiós. Y lo que me contaron fue que el poeta del miedo a España desde los Reyes Católicos pidió si era posible retrasar la salida del AVE y en caso de que no, si le pondrían un coche oficial para desplazarse hasta la ciudad del festival. Si esto fue así y no una malévola invención o broma, no veo yo de dónde se saca el miedo este hombre.

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