Opinión | En aquel tiempo
Norberto Alcover
Pensar la belleza
cuando releo a Gómez Caffarena y sus indagaciones sobre la persona y la obra de Kant, o cuando regusto de la poesía de Salvador Espríu, pero también cuando me dejo seducir de nuevo por Mahler desde batuta de Karajan, o me entrego a la pintura de Hopper y su indeclinable pasión por la soledad yanqui, entre tantas realidades culturales almacenadas en mi interior, descubro o redescubro que la belleza ha sido fundamental en mi vida, casi esa hilatura sutilísima que ha engarzado los mejores momentos, en general a solas, lejos de multitudes a las que en tantas ocasiones he tenido que entregarme en función de mi específica profesionalidad, secular y religiosa. Solamente la belleza, sobre todo tocada por la varita mágica del amor entrañable, ha conseguido centrar mi dispersión intelectual y social sin descanso, expulsando de mi alma esos demonios vergonzantes. Ahora, con tantos años a las espaldas, esa misma belleza entorpece tanta vulgaridad como me rodea, tanta instantaneidad como me abruma. He olvidado las imágenes de Clint Eastwood en ese paquete queme sumerge en la felicidad estética, camino del goce ético.
Y resulta que la belleza interiorizada y gozada necesita de la tarea de pensar como condición insalvable para ser asumida de manera radical, como parte gustosa y activa de mi propia "mochila existencial". Pensar la experiencia de lo bello es la cumbre de la condición humana y el camino certero hacia el misterio de Dios y del hombre, en su condición femenina y masculina. Porque si el hombre es varón y hembra, que lo es, Dios es hombre mujer al mismo tiempo, puesto que supera la división genérica y se erige, sin más en un Todo que todo lo asume por absoluto. Pero a lo que íbamos, la experiencia de lo bello se radicaliza en la medida en que lo transformamos en pensamiento y, en ese mismo momento, en conocimiento. Si pensar es señal de nuestro propio ser, pensar la belleza es asegurarse de que "somos en plenitud". La soberana conciencia de "lo más" en "lo mejor".
¿Han percibido en algún momento algún síntoma de belleza en esa historia diabólica del Brexit? ¿Se han sentido afectados por una pizca de pensamiento en la deriva independentista? ¿Hay algo de belleza en tanta mentira audiovisual, desprovista, por supuesto, de un mínimo atisbo de pensamiento algo recio? Cuando la información solamente consigue abrumarnos, pero a la vez apenas permanece, una y otra noticia repetidas sin lugar para el descanso emocional y todavía más conceptual, entonces es imposible que degustemos la belleza y mucho menos que tengamos unos segundos para pensarla y hacerla nuestra. Nuestra sociedad, hiperinformada, es chata hasta el cansancio€ Pero un montón de contemporáneos disfrutan de este nihilismo de sentido sin pretérito ni futuro: la noticia, la imagen, el momento, la hamburguesa, la coca cola, la risa desbordad, el sexo implícito, el dolor ajeno descuidado, la muerte desconocida. Un rapto de los mejor en beneficio de lo mediocre y perentorio. El vaciamiento.
Nosotros, mallorquines, tenemos el mar ahí mismo. Probablemente, junto a las cumbres tan altas, la belleza más admirable. Contemplarlo limpia el espíritu, y, todavía más, pensarlo nos permite alcanzar cimas de contemplación más altas y sublimes. Si uno de nosotros "piensa en el mar", solamente puede dejarse llevar por su silencio o su bravura hasta necesitar introducirse en Kant, en Salvador Espríu, en Mahler o en Hopper, o vivir a la vez que las historias de Eastwood. Una cosa lleva a la otra. El mar es condición de posibilidad para las aventuras intelectuales más exquisitas, tras degustarlo como belleza ensimismante. Llegarse al mirador de los ermitaños de Valldemossa, sentarse en quietud, absorber el silencio, como hacía mi padre, mientras colocaba su brazo sobre mi hombro. Una y otra vez, retorno a tal momento y casi lloro.
La primavera mallorquina es un estallido de belleza cromática donde la haya. Miren, contemplen, cierren los ojos, y piénsala en silencio. Háganla suya y rebroten por dentro, como seres nuevos. Todo lo demás es transitorio, pero el cromatismo del paisaje, las olas impenitentes de la mar, un leve viento que estremece, y, entonces, desear la bondad, la verdad y el misterio, nos permitirán enfrentar las mentiras, justa. La belleza y el pensamiento son constructores de nuestra sociedad porque hacen de la acción humana un elogio a la eticidad y las justicia. Es decir, a "ser para los demás". No lo dudo.
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