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Marga Vives

POR CUENTA PROPIA

Marga Vives

El dilema del periodismo

Los últimos acontecimientos políticos, entre ellos la penetración social de la ideología de extrema derecha o la diseminación de las noticias falsas, están generando un debate que afecta al núcleo del ejercicio periodístico, porque se plantea de qué modo los periódicos, la televisión y la radio han contribuido a propagar estos fenómenos. En las redacciones se discute si está justificada la presencia de determinados discursos, cuya irrupción en la calle ha obligado a replantear algunas estructuras de funcionamiento informativo que, con el tiempo y la repetición, habían adquirido su rutina, como por ejemplo si se debe dar presencia en las tertulias a partidos que no tienen representación institucional -que ha sido el criterio predominante en este tipo de espacios- por el hecho de que llenan tal o cual auditorio y porque el resultado de las autonómicas de Andalucía ha puesto muchas barbas a remojar. La respuesta a esa pregunta no es fácil debido a que los medios tradicionales han perdido su hegemonía sobre el diseño de la agenda de noticias. La influencia de la actualidad sobre los ciudadanos ya no se mide tanto por el tiempo en antena o por la extensión de un artículo como por el número de impactos y este es un elemento que se tiene que incorporar a la toma de decisiones sobre los contenidos y sobre el tiempo y los recursos que se destinan a elaborarlos.

Hay dos cuestiones previas a tener en cuenta en ese proceso. La primera, hasta qué punto los medios de comunicación clásicos tenemos realmente el control sobre lo que es o no es noticia. En caso negativo, practicar un silencio informativo sistemático ante determinados acontecimientos equivale desistir de un probable papel de contrapunto; a hurtarle al lector, al espectador o al oyente una información que él mismo buscará por otros canales menos verificables en general y que calan mucho más rápidamente en la opinión pública sin las adecuadas garantías de autenticidad y objetividad. El otro aspecto que debemos analizar los profesionales del periodismo es cómo evitamos convertir nuestras plataformas de trabajo y comunicación en vehículos de expansión de movimientos de dudosa calidad democrática, que incluso vetan la libertad de prensa con algunas de sus acciones; es decir, cómo eludimos el riesgo de convertirnos en motores de propaganda por el simple hecho de contar lo que pasa. El dilema está sobre la mesa y nos conviene resolverlo.

En noviembre pasado la Unesco organizó una conferencia para analizar cómo puede un periodista informar sobre hechos de violencia política sin contribuir con su información a consolidar la incitación al odio con la que juegan los terroristas y sin reforzar determinados estereotipos. En los 90, en España, algunos consideraron que, sin los medios de comunicación, ETA no habría existido. Según Miquel Rodrigo, catedrático de Teorías de la Comunicación de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona y autor de Los medios de comunicación ante el terrorismo, esta afirmación es una falacia. Para demostrarlo, Rodrigo sugería que si hiciéramos una encuesta entre la población y preguntáramos qué es el terrorismo, obtendríamos definiciones muy diversas. El discurso social no es único ni monolítico, y eso debe llevarnos a reflexionar sobre la responsabilidad del periodismo en la definición de los fenómenos, no tanto para reforzarlos o desinflarlos, sino para describirlos y, créanme, tal y como está el patio, sortear la subjetividad requiere un esfuerzo titánico.

Hoy, en otro contexto, una reflexión de este tipo es tan necesaria como entonces y nos obliga, a los periodistas, a seguir defendiendo nuestro papel fundamental en la visión colectiva del mundo y a ser muy escrupulosos en diferenciarnos de la nueva cultura de masas que empieza y acaba por manipular, y que ya no tiene tanto que ver con los medios tradicionales como con la diversidad de soportes a través de los que las personas nos comunicamos. El periodismo no construye la realidad, que es la que es, pero sí desempeña una función excepcional a la hora de representarla; no se trata solo de lo que contamos sino también de cómo lo contamos, de contraponer los hechos a los discursos. No hacerlo, no contar en los medios algo que está pasando, no impedirá que esta realidad exista, así que somos responsables de visibilizarla en aquellos puntos de fuga que esconde. Siempre es mejor que las verdades caigan por su propio peso, pero para que eso suceda alguien tiene que situarlas ante su propia contradicción, hay que ponerlas al descubierto.

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