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Antonio Papell

La bipolaridad envenenada

El bipartidismo ha muerto, es imposible saber si definitivamente o no, pero no ha habido forma de quebrar la bipolaridad. Los españoles ya no podemos limitarnos a elegir muy mayoritariamente entre los dos grandes partidos que han vertebrado cuatro décadas de democracia, pero seguiremos optando entre los dos términos de una irremediable dicotomía. Sin duda más acentuada y con mayores antagonismos que la de antaño, y con adherencias por ambos extremos que modulan el balanceo.

El fenómeno novedoso que ha conmocionado el panorama político ha sido la aparición de Vox en las recientes elecciones andaluzas, en las que Ciudadanos emprendía una rectificación que algunos observadores califican de error histórico (a menos que sea en realidad un simple amago estratégico). Tras una legislatura de gobierno con el PSOE en Andalucía, durante la cual el partido de Rivera no fue capaz de prestar valor añadido y dinamismo a un ejecutivo cargado de inercias negativas por su larga estancia en el poder, Ciudadanos optó por disfrutar de una pírrica victoria en coalición con el PP (y de segundón, por añadidura), pagando por ello el altísimo precio de admitir el apoyo envenenado de Vox, que era lógicamente interpretado por el partido ultraderechista como una homologación en toda regla por parte de los grupos constitucionales.

La entrada franca que la derecha ha prestado a Vox ha sido gravemente destructiva para los conservadores, que se han metido en un jardín de muy difícil salida. El conflicto catalán, muy enconado y cuya evolución es hoy imprevisible porque depende en buena medida del desenlace del proceso judicial en el Supremo, requiere una gestión mesurada y potente por parte del Estado, como sucedió cuando no hubo más remedio que aplicar el artículo 155 de la Constitucion tras la declaración apócrifa de independencia ( Rajoy y Sánchez actuaron con contención y sobriedad). Hoy, las fuerzas de centroderecha han comprado a Vox el discurso radical, de tal modo que si se reprodujera en el Estado el " Three Party" andaluz, se generaría en Cataluña una dramática confrontación inmanejable, ya que incluso los catalanes constitucionalistas se enfrentarían a la agresividad de la extrema derecha española.

Todo ello es sin duda percibido por el electorado, que siente distintos grados de aprensión ante esta tríada claramente dominada por la iniciativa de los recién llegados, que marcan el paso de la oca al conjunto. Es de suponer que la perspectiva de un tripartito con Vox en su interior, algo que jamás sucedería en Francia por ejemplo, desactive las adhesiones de las clientelas habituales? y movilice con potencia al hemisferio izquierdo del electorado. La bipolarización se vuelve en este caso dramática ya que, por primera vez en toda la etapa democrática, la alternancia no parece inocua.

En efecto, desde 1982, los cambios de mayoría -en 1982, 1996, 2004, 2011, 2018- no han sido súbitos ni traumáticos. En general, aunque con escasa excepciones, el reformismo imperante hacía que los recién llegados miraran más al futuro que al pasado, y el país ha sido evolucionando sin regresiones ni sacudidas. Pero esta vez la hipótesis de alternancia asusta, da miedo, porque engloba a actores políticos que proponen que los ciudadanos vayan armados por la calle, que quieren derogar las leyes contra la violencia de género, que detestan a los inmigrantes, que se alinean con formaciones de su misma órbita que a muchos nos producen detestación y repugnancia (las fuerzas de Le Pen, de Orban, de Salvini, de Trump?).

Es difícil de creer que en el universo conservador de este país no se alcen más voces de advertencia acerca de la bipolaridad envenenada que se está suscitando, a medida que se desarrolla el discurso de una fuerza que no pertenece al núcleo constitucional, que está intelectualmente vinculada al régimen anterior y que efectúa propuestas ajenas a la centralidad del sistema. Una fuerza que -lo ha reconocido Steve Bannon- es marioneta de un movimiento populista internacional bien financiado que pretende desmontar todo el entramado político occidental que no sólo nos ha entregado bienestar y prosperidad sino que ha contenido las agresivas fuerzas nacionalistas que desencadenaron las dos guerras mundiales del siglo pasado.

Nunca fue en fin más necesaria la racionalidad a la hora de meditar el voto.

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