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Balduino y la bola de fuego

1.Balduino y la bola de fuego parece el título de un cómic. Pero Balduino y la madrastra lo parece de un cuento de hadas. Sin embargo no lo es. Balduino de Bélgica era hijo de la reina Astrid, lo que le da también otro aire a relato para infantes. Pero la primera vez que oí hablar de la reina Astrid -que era una mujer muy estilosa y guapa- fue a los veinte años, leyendo la primera novela que leí de Patrick Modiano, Villa Triste. La reina Astrid murió de un accidente de tráfico a los 29 años y uno de los personajes principales de Villa Triste es un homosexual al que, desde que tuvo un accidente automovilístico, le gusta gritar de madrugada: "Yo soy la reina Astrid. ¡La reina de los belgas!". Eso recuerdo al menos.

Al cabo de unos años de la muerte de la reina Astrid, el rey Leopoldo III de Bélgica volvió a casarse, con Lilian Baels, a partir de entonces la princesa Lilian, trece años mayor que Balduino. Y al publicarse ahora los Diarios del primer ministro belga durante los años 50, se ha sabido que la sospecha de que la princesa Lilian y el joven Balduino mantuvieron una larga relación amorosa no es sólo una sospecha. "Me he enterado -escribe el Premier en esos Diarios- de que L y B compartieron el mismo compartimento en el tren". O revela conversaciones telefónicas: "Soy tuya", le dice ella al joven príncipe.

Para nosotros, Balduino era un hombre gris y aburrido que casóse con una mujer gris y aburrida como él. Y que vivían en una especie de monacato à deux. Un matrimonio blanco -o casi- incluso. Dos personas, tan buenas como grises. Y al ver las fotografías que se han publicado donde aparece la princesa Lilian, más guapa y estilosa aún que la reina Astrid, y a su lado un joven Balduino risueño y con aspecto de joven moderno de la época, el cuñado de Jaime de Mora y Aragón toma una dimensión distinta, que suele ser la que da la pasión amorosa. Esta semana la metamorfosis de Balduino ha sido prodigiosa y todo lo que se decía y habíamos pensado de él se ha borrado del mapa también prodigiosamente. Lo que nos hace aventurar una nueva interpretación de su matrimonio: la expiación por el pecado cometido años atrás. Edipo redimido.

2. Hablando de amor, ha de ser difícil enamorarse de una política (o de un político, si viene al caso). Y sin embargo siempre se ha hablado de la erótica del poder y es cierto que éste crea un halo que suele deslumbrar a muchos aunque no haya motivos para ello y el halo lo proyecte quien mira al poderoso o poderosa y no sean ellos quienes lo desprenden. Basta ver cuando se retiran o caen, cómo lo pierden inmediatamente y parece que no lo hubieran tenido nunca.

A raíz del atentado cometido en una mezquita de Nueva Zelanda -que para la mayoría de nosotros es (o sólo era hasta ahora) la belleza natural de los escenarios de la adaptación cinematográfica de El señor de los anillos, de Tolkien- hemos conocido a la primera ministra neozelandesa, Jacinta Ardern. Vestida de occidental o con velo islámico por respeto a las víctimas, todos nos hemos enamorado de ella inmediatamente. Impecable en el parlamento y en la calle; más elegante que ninguna otra, su frase - "no voy a pronunciar su nombre porque lo que él quería es la máxima publicidad y por mi parte no se la concederé"- es maravillosa. Y más aún en plena dictadura de las redes sociales, que todo lo retransmiten y publicitan. Como en un viaje en el tiempo, esas palabras me han recordado lo que hacía Margaret Thatcher durante las peores ofensivas de atentados del IRA. Si no había muertos, impedía airear aquellos atentados. Con lo que la batalla del terror -o media al menos- la perdían los terroristas, por activos que fueran.

3. Esta semana ha llovido después de noventa días de no hacerlo y de lucir, además, un sol espléndido y una primavera prematura. Esta semana también, los norteamericanos nos han contado que a finales de enero cayó una bola de fuego en el mar de Bering. El meteorito, nos cuentan, tenía diez metros de diámetro y liberó 173 kilotones de energía: diez veces la bomba atómica de Hiroshima. Uno tiene la sensación de que alguien está jugando a los bolos con nosotros. En 2013, el bólido de Cheliábinsk -así se le llamó- cayó cerca de esa ciudad liberando 500 kilotones, treinta veces la misma bomba. Y el año pasado nos rondó el extraño cometa Oumuamua del que dijeron era una nave tripulada; por no hablar del asteroide calavera -tiene forma de cráneo humano- que también nos rondó en 2015 y volvió a hacerlo en 2018 para felicidad de apocalípticos. Pero sin salirnos del que ha caído este año en el mar de Bering, voy a hacer ciencia ficción barata y unir una cosa y otra: su explosión y nuestra falsa primavera, que lleva locas a las plantas. Si dicen que una lluvia de meteoritos provocó una glaciación y la extinción de los dinosaurios, ¿no podría ser que esos 173 kilotones del pasado enero tengan algo que ver con este insólito mes y medio de calor y sol radiante?

4. Se acaba de publicar Que vaya Meneses, último libro -de momento- de Fernando Schwartz y crónica humorística de su vida diplomática, que seguro es un buen bálsamo para estos tiempos tan raros y tensos. Los servicios de Asuntos Exteriores dan para mucha literatura -y para mucha risa en ella, también- y los que disfrutamos con aquel Kuwait de Schwartz, fruto de su destino en los desiertos petrolíferos, seguro que nos lo pasaremos bomba con Que vaya Meneses. El libro se presentó esta semana en el Cercle d'Economia i ofició de maestro de ceremonias Andreu Manresa. Desde estas páginas donde Fernando colaboró varios años -y fue mi vecino de página-, mi enhorabuena.

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