Los bulos, falsedades o mentiras con fines políticos, sociales o económicos han sido profusamente utilizados a lo largo de la historia. El castellano conserva suficientes sinónimos con los que obviar el fake news inglés, la expresión con la que se da un halo de novedad a una práctica tan antigua como el hombre.

Solo dos ejemplos para ilustrar la afirmación. En la cartelera de Palma se puede ver la sobresaliente película sobre María Estuardo, la desdichada reina de Escocia, y quien quiera profundizar en el personaje puede acudir a la biografía de Stefan Zweig. La monarca pagó con la vida sus errores, pero su caída en desgracia estuvo precedida por la campaña de descrédito a que la sometieron sus enemigos de la nobleza, su prima Isabel I de Inglaterra y el fanático pastor protestante John Knox.

Otro ejemplo. Los asaltos al Call palmesano siempre estuvieron precedidos de campañas de difamación contra los judíos. O se les atribuían las desgracias económicas que azotaban la isla, como ocurrió en 1391, o se inventaban rituales que incluían crucifixiones de niños cristianos por parte de la comunidad judía.

Los mismos que buscaban la autoría de ETA en los ataques terroristas del 11-M en Madrid a partir del Titadine, el ácido bórico o una cinta de la Orquesta Mondragón, hoy enturbian con "revelaciones" de José Manuel Villarejo calladas durante quince años.

La mentira que busca rédito político no la han inventado ni Felipe González con la OTAN ni Eduardo Zaplana con el 11-M ni Donald Trump con el muro en la frontera Mexicana. La diferencia estriba en que aquello que antes se transmitía de boca a oreja o desde los púlpitos, hoy llega a millones de personas en apenas unos minutos.

El bulo nace en un caldo de cultivo propicio para su propagación. Por ejemplo, el caso del infundio de la agresión a tres niñas de Son Servera por parte de violentas feministas. Está claro que se genera en los estratos inferiores de Vox. Una militante denuncia el "ataque" [luego se supo que jamás se formalizó ante la Guardia Civil]. La jefa de prensa traslada la información a varios periodistas. El partido difunde el pantallazo de un parte médico manipulado. El líder balear, Jorge Campos, y el nacional, Santiago Abascal, dan pábulo al cuento. No dudan en mantener la mentira en los medios de comunicación incluso cuando ya se está desmoronando.

¿Por qué no hay verificación por parte de Vox?, ¿por qué nadie se preocupa por formular algunas preguntas simples que hubiesen descubierto la farsa? La respuesta es muy sencilla: porque una agresión feminista en el Día Internacional de la Mujer se ajusta como un guante al mensaje antifeminista del partido. No importa la verdad si la mentira sirve al objetivo. El fin no justifica los medios es un lema obsoleto en el siglo XXI.

Las falsedades seguirán durante la policampaña electoral y más allá. Los nuevos medios de propagación y la velocidad con la que actúan nos someten a un bombardeo constante de bulos. Llegan desde nuestro vecindario o desde miles de kilómetros de distancia. Nos persiguen a todas horas a través del teléfono móvil, la tablet o el ordenador. Ya nadie se interpone entre el emisor y el receptor.

El único consejo inmediato es contar hasta diez antes de dar credibilidad a cualquier "noticia" que llega al móvil. Para el futuro quizás sea más importante una asignatura de lectura de mensajes de móvil que la de matemáticas, historia o ciencias naturales.

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