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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

La flojera de Ciudadanos

Es una buena noticia para PP y PSOE, pero nefasta para quienes albergaban la esperanza de la regeneración de la democracia española

Se está repitiendo en Ciudadanos lo que ya parece una constante: mientras que en momentos alejados de las convocatorias electorales goza, según las encuestas, de un amplio respaldo de la opinión pública, en porcentajes equiparables a los de PP y PSOE, en cuanto se entra en período electoral quedan reducidas sus expectativas; lo que confirman los resultados. También ocurre en el otro partido cristalizado de los efluvios del 15M, Podemos; aunque parece que su desfondamiento último obedece a causas específicas: el deterioro del liderazgo de Iglesias, la división interna, el propio diseño de férreo dirigismo de su organización y la falta de un proyecto para España. Es una buena noticia para el PSOE y para el PP, pero nefasta para quienes albergaban la esperanza de que se acabara con la partitocracia y la corrupción que la acompaña, y se produjera la regeneración de la democracia española. Pero esa esperanza tenía más que ver con los deseos y las ilusiones que con la razón. La partitocracia es el resultado de una Constitución y una ley electoral que concede todo el poder a los partidos y no a los ciudadanos. Una de las señales evidentes de que la irrupción de los nuevos partidos tenía más que ver con la incorporación a los privilegios de la partitocracia antes que en su supresión, fue la demanda permanente de modificar la ley electoral para hacerla todavía más proporcional; reduciría el poder de PSOE y PP y aumentaría el de Podemos y Cs; ahora, también de Vox.

Intentemos escrutar las razones de los decepcionantes resultados de Cs. Creo que hay una primera explicación: su escasa implantación en el territorio, especialmente en zonas rurales de España en comparación con la del PP y el PSOE, que han tenido décadas de dedicación clientelar a su disposición. En momentos alejados de convocatoria electoral los discursos "regeneracionistas" de sus líderes ( Rivera) han podido seducir a un amplio espectro ciudadano; pero en el momento de votar las listas éstas estaban formadas por personas desconocidas, con lo que los resultados no se correspondían con los sondeos. Esta circunstancia es la que explica que Cs esté apostando por presentar caras conocidas en todas las circunscripciones en las que no se presentan sus líderes. Pero en lugar de incorporar a líderes sociales coincidentes con su ideario y ajenos al ejercicio de la política desarrollada hasta ahora, ha optado por políticos que, por alguna razón, no precisamente la de su compromiso con valores ajenos a la práctica clientelar de PP y PSOE, sino por haber quedado fuera de juego en las cainitas luchas de poder internas de ambos partidos, aspiran a seguir viviendo de la política. Es el caso de Celestino Corbacho, exministro de Trabajo y Joan Mesquida, provenientes del PSOE, con la excusa del pacto de Sánchez con los independentistas, o el de Silvia Clemente o J. R. Bauzá, del PP. El argumento de Rivera es la captación del talento. En ellos, más que talento, podemos acreditar mala gestión, dudas sobre su honestidad o, en el caso de Mesquida, volatilidad ideológica, tartufismo e ideas de bombero, como la unidad de la Guardia Civil especializada en infracciones urbanísticas. Pero la cuestión de fondo es la debilidad de las promesas de regeneración utilizando a quienes han formado parte de un sistema degenerado que nunca habían denunciado.

Otra razón puede ser el oportunismo preelectoral. En las pasadas elecciones prometió no pactar nunca con Rajoy. Se desdijo de su promesa para votarle como presidente del gobierno tras fracasar en su empeño por formar gobierno con Sánchez. Su experiencia en Cataluña debería haberle servido para que la aplicación del artículo 155 hubiera permitido el imperio de la ley, la normalidad ciudadana, unas instituciones al servicio de toda la ciudadanía y afrontar el juicio a los responsables del golpe a la democracia de 2017 sin un gobierno catalán en permanente agitación separatista. Pero condicionó su apoyo al 155 a la convocatoria inmediata de elecciones. Con el resultado que sabemos. Tras la bunquerización de Sánchez en La Moncloa y la participación con PP y Vox en la concentración de Colón, ha cometido el que puede ser su error más grave: vetar cualquier acuerdo de gobierno con Sánchez y el PSOE. Es absolutamente contradictorio, para un partido que ha reclamado la centralidad política como argumento esencial de su existencia, dar paso a una polarización del país en dos bloques que a lo que más recuerda es a los enfrentamientos que todos creíamos superados de la II República. Sánchez es un insensato, sí, y quienes lo volvieron a votar para dirigir el PSOE, también. Pero a un aspirante a presidente hay que exigirle templanza, no responder a un insensato con una insensatez aún mayor.

Esta pasada semana, las primarias en Castilla y León de Cs han deparado el lamentable espectáculo del pucherazo electoral para favorecer a los candidatos de la dirección. Se ha corregido por parte de la Comisión de Garantías de Cs, sin demasiadas explicaciones y el silencio de la dirección, sólo apoyando al auténtico ganador. Es otro golpe a su credibilidad y a su proclamada transparencia, que ha generado nuevas sospechas sobre las primarias de Madrid, Murcia y Cantabria. Rivera fue entrevistado en TVE el lunes. A la defensiva, hosco, nervioso, incurrió en la necedad de afirmar que están prohibidas las primarias en PP y PSOE para presidente del gobierno. Quien utiliza la denuncia debe ser ejemplar en su uso. ¡Ay, Arrimadas, víctima de la inquina cruel y sentimental de De Gispert, Toni Albà y Janer Manila, Inés, haz algo, pronto!

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