Por extraño que pueda parecerle a quienes no votarán a Vox, los enardecidos adeptos del partido de ultraderecha moderada confían en que limpiará la vida política. La desvergüenza de la fabricación de una imaginaria "agresión feminista" en Son Servera debería prevenirles de que algo huele a podrido en el neofranquismo, pero fe ciega es una redundancia. Curiosa invención culpable, a cargo de una formación campeona en detectar las falsas denuncias ajenas, pero que coloca al país al borde de la Guerra Civil por un puñado de votos.
Con su fabulación culpable de Son Servera, dirigentes como Abascal y Campos han ingresado en la ortodoxia socioliberal. Vox miente como los demás. Ya no se diferencia de los pucherazos de Ciudadanos en las primarias, del PP que niega hipócrita su financiación ilegal en Balears, del PSOE que insiste con su REB huero y con su excelente gestión de una torrentada con 13 muertos desde el cinismo de que pudieron ser más, de Més al negar que una autopista se llama autopista o cuando olvida que contratar al jefe de campaña es asqueroso en un partido de presunta izquierda.
Más pronto que tarde, los partidos son atrapados en sus mentiras, y entonces Vox se mimetiza con la condición de víctima tan abundante en el gremio. El partido de ultraderecha no se ha inventado una "agresión feminista", sino que la ha sufrido. ¿Les suena? Rima con el Rajoy de Gürtel en "esto no es una trama del PP, es una trama contra el PP". O con el ecosoberanista caribeño Biel Barceló, un sollozante incapaz de asumir la confesión pública de sus errores. En efecto, los protagonistas individuales de este párrafo son seres invertebrados, nada que ver con el macizo de la raza que representaban Abascal y Campos antes de las falsedades que han tenido que retirar apresuradamente de sus cuentas. El neofranquismo se bate en retirada antes de triunfar. Vox ya es uno más, enhorabuena.
