Las matemáticas son una ciencia exacta hasta que se topan con el turismo. Solo así se explica que el miércoles las reservas de los turistas alemanes para este año caigan hasta un 17% y al día siguiente se mantengan en los mismos niveles que el año anterior, que fue otra temporada extraordinaria para Mallorca. Solo existen dos posibilidades para tanta divergencia: o los números fallan o los hoteleros han entrado en campaña.

Los empresarios, que tanto han hecho por las islas y aún más por sí mismos, se sienten en la necesidad de influir en política cada vez que se acercan las elecciones. Lo hicieron de forma intensa en los comicios de 2003, en los que se juzgaba la primera ecotasa, la de Francesc Antich y Celestí Alomar. Intervinieron con dinero y con advertencias a sus trabajadores sobre el negro futuro que les esperaba si volvía a ganar la izquierda. Cuando las urnas les otorgaron el resultado deseado y auparon a la presidencia al futuro corrupto Jaume Matas, lo celebraron abiertamente con Gabriel Escarrer brindando en la fiesta de la victoria popular.

Cuando Aurelio Vázquez asumió la presidencia de la Federación Hotelera intentó darle otra vuelta de tuerca política. Se declaró dispuesto a opinar sobre lo divino y lo humano. Sobre la política económica y sobre la de normalización lingüística. Sin embargo, Vázquez fue llamado de vuelta a las labores empresariales por su jefe Miquel Fluxá y los hoteleros dejaron de fajarse directamente con los políticos de la izquierda sobre un ring público.

Sociológica y económicamente los empresarios tienen su corazón y su bolsillo a la derecha. Esta es la razón por la que cada vez que se aproximan las elecciones intentan influir legítimamente en el resultado. Vender un año turístico catastrófico se ajusta a los intereses de la derecha. El supuesto descenso en la llegada de turistas obedecería, según el argumentario popular, a la incapacidad manifiesta de la izquierda para la gestión, a la turismofobia que emana desde sus filas o al incremento de la ecotasa (obsérvese que ya se ha superado el debate sobre su existencia). Por tanto, lo que interesa es enviar a Francina Armengol, Bel Busquets y compañía a su hábitat natural: la oposición.

Razones para la preocupación turística no faltan. La economía alemana da muestras de debilidad, lo acaban de certificar organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central Europeo. La locomotora de la UE es, a la vez, nuestro principal mercado emisor y, si desfallece, las islas lo notarán. La incertidumbre del Brexit, lejos de disiparse, sigue amenazando con acabar en catástrofe, nadie lo desea, pero ningún estadista parece esforzarse para evitarlo. Los mercados competidores, alicaídos durante una década, levantan la cabeza gracias a rebajas que Mallorca no puede ni debe permitirse.

El ambiente de pesimismo económico juega a favor del objetivo de los hoteleros de generar miedo. Lo hacen con un doble objetivo: lograr una rebaja en la ecotasa y que el voto se incline hacia la derecha salvadora. Sin embargo, acostumbrados a hablar con la misma autoridad que el oráculo de Delfos, no calibraron que las agencias mayoristas alemanas salieran a desmentirles en la ITB. El verano de 2019 será parecido al del año pasado. Este invierno resulta manifiestamente mejor que el anterior. Es cierto que Turquía crece gracias a sus precios baratos, pero los alemanes se sienten más seguros en Mallorca. Los hoteleros mallorquines tienen derecho a entrar en campaña abierta o soterradamente, pero deben mejorar su arsenal antes de disparar con acierto contra el Govern.