Cuando oímos decir "ni machismo ni feminismo: yo soy persona, humanista o femenina", alguien en la otra punta del planeta, o quizás en la puerta de al lado, sufre alguna forma de violencia o discriminación social simplemente por el hecho de ser mujer. La distancia entre la posición retórica y la realidad sintetiza al máximo los tiempos de despolitización y desmemoria histórica a la que, lamentablemente, se nos somete desde la promoción de la competitividad neoliberal en la que vivimos.

Premeditadamente, se ha conseguido confrontar la idea de que quienes luchamos por los derechos humanos lo hacemos para que otros los pierdan. Y algo va realmente mal cuando, según esta lógica, los privilegios se confunden con necesidades, y "conseguir lo que se desea" con una "justa" redistribución de los recursos.

Existe la urgencia de poner en crisis la manera en que nos relacionamos con nuestro entorno. En tiempos en los que el desarrollo sostenible no se cuida como un valor de futuro por el afán del dominio y la expansión que el sentido de la propiedad legítima. En tiempos en los que el origen y la clase determinan en gran medida la participación social y la dignidad humana. En tiempos en los que la violencia estructural se enmascara en forma de acontecimientos anecdóticos, desconectados y descontextualizados. En estos tiempos, debemos cambiar el relato. Y el feminismo, es este relato.

Necesitamos una narración del mundo que no use y promueva a las mujeres como objetos y cuerpos al servicio de la lógica del consumo. Una narración que no haga fetiche de las diversidades sexuales, que no criminalice cuerpos. Una narración que no celebre siempre las bondades de una idea de progreso y poder que se ha escrito desde un principio de intervención vertical e unidireccional. Y el feminismo, con todo su poder de transformación político, económico, ideológico y relacional, es esta narración.

Construir otra Historia, otra memoria histórica, es posible. Una historia que ponga en crisis la herencia colonial y todas las formas de racialización. Una historia que no se escriba desde un elitismo falto de memoria connivente con las relaciones de poder. Una historia en la que las jurisprudencias, las relaciones económicas y los principios de acceso y participación social sacudan los cimientos del patriarcado. Una historia que huya de la celebración de la figura de la masculinidad-macho de la que vive el patriarcado, y que no sitúe en un estado subalterno permanente a las mujeres y, por ende, a otros conceptos de sexo y sexualidad. Una historia que incorpore de manera necesaria la lucha feminista.

* Analista en feminismo