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Juan Tapia

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Joan Tapia

El malestar que recorre Europa

La pulsión de protesta no logra -salvo en Italia- arrinconar el deseo del electorado de ser gobernado desde la moderación

Hace algunos días, aprovechando una frase de Macron afirmando que gobernar hoy es como conducir por una carretera con hielo, hacía un paralelismo entre el presidente francés y Pedro Sánchez. Macron se enfrentaba a la protesta de los "chalecos amarillos" y Sánchez, a la dificultad de gobernar con el apoyo de los independentistas. Al final Sánchez ha tenido que convocar elecciones y el jueves vimos cómo Íñigo Urkullu testificaba en el Supremo que ni Puigdemont quería proclamar una independencia unilateral en octubre del 2017 ni Rajoy era proclive al 155. Pero el choque de trenes no se pudo evitar porque el posible arreglo -elecciones catalanes en vez de declaración de independencia y no aplicación del 155- que Urkullu había pergeñado fue aceptado por Puigdemont a primera hora de la mañana, pero rechazado pocas horas después por la presión de la calle y la oposición de parte del independentismo.

Mientras el secesionismo no llegue a la mayoría de edad -acepte y saque las consecuencias de que la vía unilateral es imposible e inconveniente-, ni sabrá gobernar Cataluña ni será un socio fiable para gobernar España.

Pero el 28-A todavía está lejos y podemos ampliar el horizonte. En las sociedades europeas, la suma de la crisis económica, la globalización, la explosión de las nuevas tecnologías y las redes sociales han tejido un fondo de malestar (más o menos intenso y por causas próximas distintas) que hace difícil gobernar.

En Alemania, el malestar se ha producido no tanto por la crisis -el paro está por debajo del 5% desde hace años- sino por la gran llegada de inmigrantes que ha provocado la entrada -con fuerza- de la extrema derecha nacionalista (la AfD) en el Bundestag. Pero los dos partidos de gobierno -la democracia cristiana y la socialdemocracia- han resistido pese al inconveniente -ninguno de los dos hace de válvula de escape- de gobernar juntos. Por eso resisten, pero pierden apoyo electoral.

En Italia la protesta se orientó hacia la izquierda populista (el Movimiento Cinco Estrellas) y la extrema derecha de la Liga de Salvini. Y estos dos partidos -que se entienden muy poco- ocupan juntos el gobierno y se enfrentan al gran desafío: ¿es posible gobernar desde la protesta populista? Es pronto para saber la respuesta, pero si Italia va a peor toda Europa se verá afectada.

En Gran Bretaña, el ala nacionalista del partido conservador, la debilidad de David Cameron al ceder en el referéndum y la protesta social, fabricaron -todos juntos en unión- la victoria por escaso margen del Brexit. Y ahora el país no sabe cómo salir del desastre. Un referéndum sobre una pregunta en apariencia simple -seguir en la UE o recuperar la plena soberanía- pero que esconde una gran complejidad puede llevar a un laberinto supercomplicado que es donde está ahora Gran Bretaña. El dilema está entre un Brexit sin acuerdo con la UE que tendría graves consecuencias socioeconómicas, o una rectificación -total o parcial- pero siempre laboriosa. Una rectificación -la de Theresa May- pasa por convencer, tanto a los partidarios del Brexit duro como a los de quedarse en la UE, de que un Brexit blando es el mal menor.

También está la propuesta laborista de salir de la UE, pero quedarse en la unión comercial o incluso el mercado único (la fórmula noruega). Y tres antiguos primeros ministros -John Major, Tony Blair y Gordon Brown- proponen un segundo referéndum. Mientras lucha por salir del lío Gran Bretaña va perdiendo la confianza del mundo industrial y financiero.

En Francia el malestar de diversos sectores sociales -no sólo la clase media de provincias- ha provocado una gran protesta en las calles durante varios fines de semana. Macron ha sido zarandeado y según una amplia encuesta de "Le Monde" su acción ha pasado de ser apreciada por un 43% de los franceses en mayo del 2018 (un año después de su elección) a sólo el 31%. Y el 37% dice apoyar a los "chalecos amarillos" mientras que sólo se opone el 28% y nada menos que un 35% sostiene que ni lo uno ni lo otro.

Un malestar fuerte pero difícil de interpretar y de encauzar. Pero la protesta fuerte va acompañada de un deseo de ser gobernados con moderación porque el partido de Macron lidera las encuestas para las elecciones europeas, las primeras que se celebrarán en Francia. En efecto la posible lista de los "chalecos amarillos" sólo tendría el 4,5% de los votos mientras que la de Macron sacaría un 23%, la protesta de extrema derecha de Marine Le Pen se quedaría en el 19,5% (ganó las últimas elecciones europeas) y la Francia Insumisa del socialismo maximalista se tendría que contentar con un 8%. La antes poderosa derecha que lideraron Chirac y Sarkozy bajaría al 12% y el antiguo partido socialista sólo obtendría un 5%.

La protesta en las urnas contra los partidos tradicionales (la derecha y el socialismo), que se consagró con la victoria de Macron en las presidenciales del 2017, se mantiene. Por el contrario, la protesta agitada -contra un Macron sin oposición parlamentaria-, aunque está muy viva, en especial en la calle, no obtiene respaldo electoral. Los "chalecos amarillos" tienen clientela para protestar, no para gobernar.

En España la situación es muy diferente, pero con algún parecido con la francesa. Hay malestar diverso y difuso, pero no se transforma en agitación en la calle. Excepto en el caso muy peculiar y provocado por la revolución tecnológica de los taxistas. La economía tira (no sabemos hasta cuándo pero el alarmismo no cala) y los sindicatos están a la espera. Y con este telón de fondo, ¿quién puede ganar?

Las encuestas dicen que el PSOE pero que quedará lejos de la mayoría absoluta y tendrá por tanto dificultades para articular una mayoría de gobierno. Tampoco es algo anormal en Europa. Por otra parte, parece difícil -pero tampoco imposible- que la suma de las tres derechas pueda alcanzar la mayoría absoluta. Todo se jugará en las próximas semanas y el PSOE parte en primera posición y con más fidelidad de voto mientras que el PP sufre fugas hacia su derecha (Vox) y hacia Cs.

Pero Pedro Sánchez tampoco convence. Y el malestar difuso hará que su victoria -si finalmente se produce- sea incompleta al quedar lejos de la mayoría absoluta y con dificultades para alcanzar un pacto de gobierno. Pedro Sánchez es el más valorado en todas las encuestas y en intención directa de voto, la que ahora mide el CIS, va destacado, pero su victoria será fruto de un voto más resignado que entusiasta.

En efecto (CIS dixit) cuando se juzga al gobierno Sánchez las opiniones negativas superan a las positivas en 25 puntos (39% contra 14%). Su fuerza es que los que creen que un gobierno de Cs lo haría peor superan en 21 puntos a los que piensan que lo harían mejor. Respecto a un gobierno del PP el saldo favorable al PSOE se eleva a 26 puntos y en el caso de Podemos a nada menos que 41.

Está claro que la protesta de Podemos, que quería tomar el cielo por asalto, se va esfumando a favor del centro-izquierda pactista de Pedro Sánchez. Como en Francia: protesta sí, moderación también. Y las fórmulas que proponen las derechas (presididas por el 155 para Cataluña) son menos atractivas que las propuestas sociales del Gobierno. Según la encuesta del CIS, los presupuestos que finalmente fueron rechazados sólo tenían un saldo favorable de opiniones positivas de 1,2 puntos. Pero curiosamente el 55% quería que fueran aprobados contra sólo el 17%. No arrasa, pero es el preferido.

Sánchez va montado sobre una agenda social con vocación de continuidad mientras que la triple derecha parece haberse quedado encerrada, y dividida, en la plaza de Colón. Lo único que parece seguro es que tras el 28-A gobernar seguirá siendo tan arriesgado como conducir con hielo.

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