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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Rodríguez, epítome del PP balear

Un cierto patetismo transluce el rostro de José María Rodríguez, antaño factótum incontestado de la sala de máquinas del PP mallorquín, en la vista oral que se le sigue acusado de presuntos delitos de corrupción. Javier Rodrigo de Santos, testigo de cargo, demolió concienzudamente el tinglado que quien fue secretario general del PP de Palma había levantado para convertir al partido en inevitable ganador de elecciones. Desde los tiempos de Cañellas, pasando por los de Matas (los breves de Soler no computan) y concluyendo con Bauzá, Rodríguez garantizaba unos colosales resultados en Ciutat (la mitad del censo electoral de las islas) que se traducían habitualmente en mayorías absolutas, algunas de ellas absurdas por lo abultadas. Todo recuerdo rancio. El armatoste de Rodríguez, que le permitió controlar a los sucesivos alcaldes del PP: Fageda, Cirer e Isern, ha sido liquidado al caer su creador a causa de las sucesivas investigaciones judiciales. El desmoronamiento no es imputable a Rodríguez en exclusiva: la jibarización del PP opera en toda España. En 2015 el partido de la derecha conservadora pasó de los 35 diputados en el Parlament (la mayoría absoluta más contundente obtenida desde 1983) a 20. El desastre acabó con José Ramón Bauzá, hoy fuera del partido. Para entonces, Rodríguez fue obligado a abandonar la delegación del Gobierno, en la que se había parapetado; poco después fue arrojado a las tinieblas exteriores: el PP ya no podía permitirse darle cobijo.

Lo que acontece ahora con Rodríguez, verlo en los juzgados, nos remonta a aquella lejanísima mañana en la que, cuando la Guardia Civil entró en el Ayuntamiento de Andratx, espetó, al ser preguntado qué había hablado telefónicamente con el alcalde Hidalgo, "hoy es lunes y estoy en mi despacho". Era el principio del fin. Las salidas estaban cegadas. Intentó hasta la extenuación hallar alguna vía de escape.

Con el final de Rodríguez, se precipitó el de la hegemonía del PP en Palma y consecuentemente en Mallorca. Estamos asistiendo a su ineluctable erosión. El diputado Antoni Camps le ha dado el golpe de gracia en Menorca. Cabeza de cartel por Vox destroza al PP en la isla. Abandona el partido en el peor momento. Se ha ido Bauza, se va Camps, se fue Aina Aguiló. Pesos muertos, según la cantinela que para salir del paso reitera la dirección del partido. No es cierto: son bajas sensibles, porque le privan de un porcentaje de voto sensible. La Ley Electoral trepana duramente al partido que las padece. La dirección del PP balear es conocedor de tal contingencia. Biel Company sabe cuál es el nivel de precariedad que le zarandea. Fía su suerte a que se dé la carambola andaluza. Se desembarazó sin miramientos de la concejala Marga Durán para colocar a Mateo Isern. Se trata de dejar de perder votos. La irrupción del general Coll al frente de Vox ha desbaratado el plan. El faro de la derecha es éste y no el exalcalde, en su mandato también sometido al severo diktat de Rodríguez, que esterilizó, acompañado del desastre de la Policía Local, su cuatrienio.

Dirigido por Company, el PP de Mallorca es un partido que pugna por sobrevivir en el agitado mundo de la dividida derecha. La ecuación es compleja, casi digna de las que describen la física cuántica: PP, Ciudadanos, Vox y El Pi. Un cuatripartito que, de ser factible, deberá compartir el poder en las instituciones. En el PP todavía se niegan empecinadamente a aceptar la realidad, la que establece que no puede reclamar la progenitura del amplísimo campo de la derecha conservadora, que usufructuó sin oposición desde que en 1983 se inició la andadura autonómica. Si hay mimbres, Vox reclamará los que le correspondan, los que permitan ocupar la alcaldía de Palma. Muy duro para el PP. Ahí estarán Ciudadanos y El Pi exigiendo las consabidas e importantes contrapartidas. Durísimo para el PP.

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