Diario de Mallorca

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Leo en el diario El Mundo un reportaje acerca de la lección impartida en un colegio privado de Madrid, el Agustiniano, por el inventor de un nuevo método de enseñanza de las matemáticas, Yeap Ban Har. Al señor Ban Har no le pongo el título de doctor porque no sé si lo es pero el de maestro seguro que le corresponde. Ahí es nada llegar desde Singapur con los galones de haber contribuido a que ese país figure a la cabeza en las puntuaciones obtenidas en los tests de medida de resultados escolares, como es el muy conocido PISA. Según dice el autor del reportaje, la razón del éxito de las escuelas de Singapur se basa en gran medida en el tipo de enseñanza que Ban Har promueve y utiliza. Se trata en realidad, según el periodista, de una actualización del método socrático y, para quienes no recuerden ya lo que es eso, cabe explicar que el ilustre filósofo del que no se conservan otras muestras de su enseñanza que las que anotó su discípulo Platón contestaba a las dudas siempre con una pregunta tras otra hasta que el curioso, o el aprendiz, daba él mismo con la respuesta mejor.

la solución por la vía de examinar el problema a resolver, trocearlo tanto como sea necesario e ir armando las claves que conducen a ver cómo cabe llegar a la salida es un procedimiento que, a lo largo de mi muy dilatado paso por las aulas -estudié dos carreras con no demasiados éxitos y comencé, sin terminarlas, al menos dos más-, sólo me encontré en contadas asignaturas de la carrera de ingeniero. Fueron profesores capaces de ponerte en el examen final de alguna de las materias más difíciles, dentro de las matemáticas avanzadas, con un problema que, al leerlo, te daba la impresión de que podía resolverse con una regla de tres. Todos pensábamos que eso era imposible y, buscando los tres pies al gato, se nos iban las nueve horas del examen sin dar con la solución. Lo peor era tener que aguantar luego al profe cuando nos decía que, en segundo curso de la ingeniería, no éramos capaces de resolver una regla de tres. En realidad lo que quedaba fuera de nuestro alcance era la capacidad de ver luz donde estábamos seguros de que tenía que haber oscuridad. Éramos presos del prejuicio. En otra de las asignaturas, cuando se nos pedía calcular cuántos sacos de cemento de 50 kilos había que emplear para hacer una determinada viga de un puente les suspendieron a todos los que contestaron con un número superior a cero porque los sacos de cemento son de 25 kilos. Por suerte, a esas alturas, yo ya sabía moverme mejor.

Dice Ban Har que los exámenes son innecesarios porque cada maestro sabe cuál de sus alumnos ha aprendido lo suficiente y cuál no. Eso mismo es lo que se hace en las mejores universidades anglosajonas. Pero ni el Reino Unido, ni Singapur, ni, por ejemplo, Berkeley o Boston, aprueban por decreto a quienes no saben nada. El procedimiento está a años luz de la manía nuestra de anular al alumno protegiéndole hasta de los exámenes.

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