Albert Rivera anunció la entrega de sus votos a Rajoy una semana antes de las generales de 2015, gracias a lo cual vio reducidas sus expectativas a la mitad y probablemente perdió para siempre la oportunidad de presidir el Gobierno. Pese a este precedente, Rivera volvió a regalar sus diputados andaluces al PP en plena campaña regional. Garantizaba así que tampoco hubiera sorpasso en Andalucía. Ahora se blinda contra un pacto con el PSOE, dos meses antes de que se abran las urnas. Olvida que el 28 de abril será menos importante el recuento de escaños que el número de alianzas que pueda sellar cada partido. A mayor libertad de maniobra, más posibilidades de triunfar.
El anuncio de Rivera pierde relevancia, cuando se observa que procede del mismo partido que sostiene todavía hoy contra toda evidencia que no se ha hermanado con Vox en Andalucía. Tanta exquisitez, y resulta que pacta con cualquiera. Si siguiera entreabierta la puerta de su antigua posición de centro, mantendría en vilo a sus vecinos conservadores y progresistas. En cambio, los promiscuos Ciudadanos y PP han cebado a Vox amansándolo, acariciándolo, sin sospechar que el lindo gatito podía evolucionar a tigre hambriento. Si el monstruo sigue creciendo, Arrimadas y familia se encontrarán más cerca de Waterloo de lo que pretendían. La estridencia patriótica solo demuestra que, por el precio de Rivera, puedes adquirir un Vox auténtico.
Acostumbrado a esconderse tras el bipartidismo desfalleciente, Rivera no advierte que está agotando su crédito personal. Peca junto a Casado de conceder a Sánchez más importancia de la que tiene. Así, los partidos antaño mayoritarios de la derecha están consiguiendo que socialistas y Vox monopolicen el duelo preelectoral. Hasta el punto de que a los ciudadanos no Ciudadanos les importa menos con quién pactará Rivera que la decisión al respecto de Abascal.
