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Bruno Ganz casi muere en Lisboa

La muerte de Bruno Ganz me sorprendió en Lisboa. El actor suizo ha protagonizado grandes papeles, sin ir más lejos el del mismísimo Hitler en su hundimiento. Bruno Ganz también nos traslada al cielo de Berlín y a su papel de ángel que quiere ser humano, en definitiva, imperfecto y mortal. Sin embargo, hoy quiero referirme al Bruno Ganz lisboeta, el que es apuñalado en las callejuelas de Alfama, el que cámara de Super 8 en mano transita al azar por las calles de una capital portuguesa que por aquel entonces, y estoy hablando de los primeros 80 del siglo XX, aún no se había puesto de moda. Una ciudad descascarillada, bellísima en su deterioro e imperfección, atlántica y africana. Embelesado, casi hipnotizado y acariciado por la suavidad de la lengua portuguesa, voy trepando y descendiendo por las empinadas cuestas de la ciudad. El Tajo va emergiendo y sumergiéndose. Por supuesto, rememoro imágenes de la película que filmó el también suizo Alain Tanner, Dans la ville blanche, cuyo protagonista es Bruno Ganz. El actor de Zúrich interpreta a uno de esos individuos que huyen de las servidumbres que les impone el sedentarismo y una vida conyugal más o menos tediosa o, por lo menos, que necesita airearse. A quienes amamos Lisboa y tendemos a esa libertad gozosa y a ratos melancólica de una soledad elegida, esta película nos atañe, nos implica y nos conmueve de una manera especial. Lisboa invita a ese tipo de deserciones e introspecciones y ella, la ciudad, no puede ocultar un protagonismo central, como si ella misma formara parte del reparto.

Trato de ajustar la ficción a la realidad. No en vano, caminar no deja de ser una forma de travelling cinematográfico, tanto lateral como frontal. Así que voy en busca de ese lugar en el que Paul, interpretado por Bruno Ganz, es apuñalado aunque no mortalmente. Llevo bastantes años deambulando por la ciudad y sé que, más pronto que tarde, acabaré localizando el lugar exacto del navajazo. Siempre en compañía de textos literarios o de películas como ésta, mi itinerario se ve amenizado por esa ropa tendida en forma de bragas, calzoncillos, sostenes, pijamas colgados del revés, toallas y un largo etcétera de prendas íntimas que ondean impúdica y alegremente al sol y a la brisa atlánticos. Uno, que está bastante harto de esas banderas españolas y catalano-independentistas que sofocan las fachadas de nuestro país, agradece mucho esas banderas íntimas en forma de ropa interior. Para banderas, me bastan un par de bragas y unos sujetadores. Mientras camino, detecto a unos compatriotas cuyas voces se elevan bastantes decibelios por encima del tono tenue del portugués. Compruebo que no piensan hacer ni el más mínimo esfuerzo por pronunciar tres palabras en el idioma de nuestros vecinos. Dan por hecho que van a ser entendidos. Y así es. Los portugueses, en este sentido, nos dan una lección de cortesía. Mis compatriotas llegan arrasando, mientras el portugués los contempla escéptico, paciente, conmiserativo y, en último término, embargado de ternura hacia su escandaloso vecino ibérico.

Cuando al fin llego al lugar en el que Bruno Ganz fue herido, la soledad es absoluta y el silencio -el silencio puro no existe- se resume en unas lejanas y cantarinas voces femeninas.

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