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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Una Semana Santa como las de antes

La pulsión nacional católica del PP lleva a sus dirigentes a proclamar que las procesiones están por encima de cualquier contingencia política, aunque haya elecciones

Presunto portento en ingeniería robótica y manifiestamente mejorable dirigente político, Teodoro García Egea, número dos del PP, nos anuncia una Semana Santa como las que la dictadura franquista, fiel al nacional catolicismo y al casticismo, impuso por ley. Entonces, los cines solo ofrecían películas religiosas. Eran impagables las sesiones en las que podía verse consecutivamente Rey de reyes, Ben Hur, La túnica sagrada y, antes, en la primera posguerra, nada. Las radios emitían música religiosa. TVE dejaba de ofrecer publicidad. Jueves y Viernes Santo y Sábado de Gloria eran días de recogimiento, trascendental meditación, lo que se traducía en el cierre de discotecas; los bares de copas, en la turística Mallorca, se tornaban clandestinos. En las ciudades de la ascética meseta castellana la alternativa era quedarse en casa. En Andalucía todo se iba, al igual que hoy, en procesionar alegremente. Era la eclosión de la España católica, la de Trento y Lepanto, victoriosa ante el turco. La España inmortal. Un genuino coñazo.

El PP de Pablo Casado, portento, no presunto, de la comunicación consistente en hilvanar frases plagadas de insultos, pretende devolvernos a aquellos tiempos de severa penitencia en los que se salmodiaba el "perdona a tu pueblo Señor, perdónale Señor..." García Egea ha declarado que el Viernes de Dolores, en Murcia, no habrá campaña electoral, que lo que corresponde es estar con las cofradías de penitentes procesionando como Dios manda. Se han apresurado a emularle dirigentes del PP de otras provincias de la España profunda, las del "macizo de la raza", en definición de Dionisio Ridruejo, el notable escritor falangista sinceramente compungido de haber sido lo segundo, que han corregido al alza a su secretario general diciendo que en las farolas esos días solemnes no quieren ver las caras de los políticos, sino los emblemas de las cofradías.

García Egea ya había anticipado su caro ideario al afirmar que a los españoles nadie ha de decirnos si queremos o dejamos de querer cazar, ir a los toros o celebrar algunas de nuestras peculiaridades más sentidas. No especificó si se refería a descalabrar a una cabra arrojándola desde lo alto de un campanario, arrancar de cuajo el cuello a un gallo o dar muerte a lanzadas al toro que tiene la desgracia de ser elegido para padecer la medieval tortura. Al PP nadie le va a enmendar la plana. Lo sentenció el mentor de Casado, José María Aznar, al exclamar chulescamente, según arraigada costumbre, que a él nadie le ha de decir cuándo beber una copa de vino o fumarse un buen puro.

La irrupción de la ultraderecha de Vox está haciendo estragos en las dos derechas restantes. PP y Ciudadanos han iniciado una carrera, que les deja sin resuello, para rebasar a los de Abascal por los abruptos desfiladeros que se divisan más allá de Bolsonaro. Si el dirigente de Vox baja cabalgando por Despeñaperros y su segundo al mando, Javier Ortega, se enfunda la boina verde para cruzar a nado el estrecho de Gibraltar clavando la rojigualda en la cumbre del peñón, la Semana Santa es el santo y seña del PP. No hay que sorprenderse, con Mariano Rajoy se sembró fértil semilla: Dolores de Cospedal, secretaria general del partido y ministra de Defensa; Zoido, ministro del Interior; Catalá, ministro de Justicia y algún que otro dirigente (Cospedal tocada con la mantilla, signo de españolidad para las mujeres-mujeres, que diría Ana Botella), se cuadraron marcialmente cuando en una Semana Santa desfilaba la Legión llevando una talla de Cristo crucificado lanzando al aire las estrofas de El novio de la muerte. Era sobrecogedor ver los labios de los ministros (a) entonando la glorificación de la muerte en combate para rescatar la bandera, al tiempo que el crucificado desfilaba portado por legionarios. En los cuarteles la bandera ondeaba a media asta. En Palma volverá a exhibir luto si el general Coll o su subalterno Isern sustituyen a Hila y Noguera.

Cómo va a ser menos que sus mayores Teodoro García Egea.

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