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Daniel Capó

Empieza la precampaña

Pedro Sánchez ha iniciado la precampaña electoral con un doble movimiento: un libro de memorias que mira de reojo al que escribió Obama y la orden de sacar a Franco del Valle de los Caídos. Cierto narcisismo emocional - así lo sugiere ya el mismo título de la obra: Manual de resistencia-, y el énfasis puesto en la memoria histórica. Pero el marco donde se van dirimir las elecciones es otro sin duda. El PSOE necesita acentuar el miedo a la derecha, que históricamente ha servido para activar -y reagrupar- el voto progresista. Los estrategas de Moncloa saben que Podemos se desangra por varias vías y que la ola que aupó a Iglesias hace unos años ya ha pasado. Los odios internos, un discurso nacional inarticulado y sus dificultades a la hora de aterrizar en la política concreta han debilitado el avance de un partido que durante un tiempo coqueteó con el sorpasso. El voto útil hará el resto del trabajo. Tras el 28 de abril, Sánchez no contará sólo con 84 diputados - al menos, estos son sus cálculos-, sino con más de un centenar, plenamente fieles a su línea de gobierno. Sus nuevos votos le llegarán de la extrema izquierda, de la abstención y de aquellos votantes cercanos a Cs -aunque de extracción socialdemócrata- que ven con malos ojos la posibilidad de un pacto con Vox. Por ello es tan importante para Pedro Sánchez recuperar la centralidad del tablero político.

El marco alternativo lo ha presentado esta semana con toda nitidez Cs, al afirmar que no pactará con los socialistas. Se trata de una apuesta arriesgada que admite una lectura defensiva y, a la vez, ofensiva. Por un lado, la estrategia consiste en cortar de raíz cualquier incertidumbre en la orientación de los futuros pactos. Por el otro, traza claramente una línea roja: Ciudadanos no pactará con un partido, el PSOE, que llegó al poder en esta legislatura gracias al apoyo de partidos independentistas. Dicho de otro modo, el mensaje que Rivera dirige al votante socialista vendría a ser el siguiente: "si me votas, yo te ofrezco una doble garantía: la de un programa de reformas cívicas y económicas de inspiración escandinava y la seguridad de que tu voto no servirá para llegar a acuerdos de gobierno con los que pretenden romper el país". El punto débil de esta propuesta es lógicamente la cuestión de Vox, sobre la que calla Cs por ahora.

De esta batalla de relatos, que se decidirá en el espacio del centro sociológico, depende el futuro electoral del país. Sánchez quiere vender la imagen de un PSOE amable y dialogante en lo territorial, que represente al centro en positivo frente a la fotografía de las derechas en Colón. Rivera, en cambio, aspira a delimitar un perímetro constitucional que atraiga, en clave nacional, el voto dubitativo del centro izquierda, inseguro ante la política de pactos socialista. Casado contempla esta pugna desde la barrera, consciente de que su papel es frenar la hemorragia de votos conservadores hacia Vox, sobre todo en las circunscripciones pequeñas donde la Ley d'Hondt juega en contra de la dispersión. En Moncloa están convencidos de que han recuperado la iniciativa tras el duro golpe de Andalucía. El independentismo intuye que el juicio al procés les beneficia electoralmente. Las encuestas del PP sostienen que la ola del cambio está en marcha. ¿Quién tiene razón? Dentro de dos meses saldremos de dudas.

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