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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Lo efímero

Convertimos opiniones que deberían ser fugaces en importantes. Algunos programas de televisión son expertos en amplificar y dar magnitud a situaciones y afirmaciones que deberían pasar desapercibidas. Lo importante de la vida está en otro lugar

Sí, vi el programa Chester del pasado domingo. En menos de treinta minutos Arcadi Espada habló de feminismo, de los motivos por los que los hombres matan a sus mujeres, del supuesto derecho a no sé qué de los miembros de La Manada, de los bulos dirigidos contra Javier Cercas y de la responsabilidad moral y pecuniaria de los padres que, según Espada, son unos casi delincuentes por tener un hijo con síndrome de Down. Padres que, en su opinión, deberían asumir los costes médicos que genere la existencia de un ser con un cromosoma de más. En menos de 1.800 segundos, Espada sentenció sobre temas que pensadores, médicos o juristas llevan años investigando y argumentando. Vamos, toda una flecha letal en la diana de los valores de la justicia y la bondad. Y Risto Mejide le echó del plató. La vida es puro teatro y nosotros le damos bombo y platillo a un espectáculo que merece pasar desapercibido. Ensalzamos una estupidez que debería ser fugaz.

Cosas que deberían ser efímeras, vistas y no vistas, cobran demasiado protagonismo. Estamos tan rodeados de flashes que cuesta discernir qué vale la pena que perdure en nuestra retina. Una publicidad que emerge en la pantalla sobre una noticia relevante y que logra dispersar nuestra atención de lo relevante. Un café rápido que no disfrutamos, la conversación de monosílabo y abreviación, la comida exprés, las informaciones vagas y concisas, los grandes titulares o las visitas institucionales. Políticos que llegan transmitiendo premura, saludan consultando su reloj y se van porque la agenda aprieta. Son como una cita con un amante. Mucho estrés para tan poca enjundia. Excesiva importancia para tan poca chicha.

Desde la emisión de Chester, he leído cientos de palabras y comentarios. Creo que no le deberíamos haber hecho ni puñetero caso porque lo que sí debería ser efímero, casi imperceptible, es la idiotez. Lo mejor del programa fue Rafael, el padre de Nico. Un chico de 11 años con síndrome de Down y a quien le gustan las natillas y las tortillas y que se esfuerza por aprender a leer. Rafael titubeó al comenzar a hablar, pero los nervios no le impidieron defender la existencia de su hijo. Su mundo y, por cierto, también el nuestro es mucho mejor con Nico en él. Eso sí debe perdurar.

Hace varias semanas murió Olga, la hija con síndrome de Down de Josep Maria Espinàs y a quien éste dedicó un libro preciosísimo titulado El teu nom és Olga. Un texto que rezuma dignidad y respeto en cada frase y en cada reflexión. En él, el padre le confiesa su admiración por su voluntad de ser feliz, su alegría por mantenerse fuera del ring de la dictadura del progreso, de la competitividad y de la eficacia, le agradece que le haya ampliado su horizonte interior y que le haya enseñado a aceptar que cada uno es como es. Un padre que sabe cómo es su hija y que le dice que ninguna etiqueta o diagnóstico que trate de "explicarla" a ella, o al conjunto de los que son como ella, logrará definirla. Todas estas reflexiones deberían ser eternas. Las otras, al igual que los desechos, al cubo de la basura. Y a otra cosa, mariposa. Y no, el síndrome de Down no es una enfermedad. Es una condición genética.

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