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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Si me dan a elegir

La decisión inicial de vetar a Sánchez era un primer despropósito de Rivera que al corregirse con el veto al PSOE configura un escenario tremebundo para cualquier elector templado

si me dan a elegir entre Sánchez y Rivera, entre la falta de escrúpulos al servicio de la ambición más desmedida y el oportunismo que se balancea según la más leve brisa; si me dan a elegir entre quienes roturan España con trincheras enfrentadas y profundas y mis ideas, "sin las que soy un hombre perdido", me quedo a solas con ellas.

La decisión unánime de la dirección de Ciudadanos de no pactar en ningún caso con el PSOE porque, según Villegas, el PSOE es Sánchez y Sánchez es el PSOE, una precisión imprescindible tras un primer amago de vetar cualquier pacto con Sánchez, no con el PSOE, como si existiera un PSOE ajeno a Sánchez, o como si hubieran contemplado las mentes preclaras de Cs la posibilidad de llegar a un acuerdo con el PSOE vetando a Sánchez. Es decir, en el caso de que, en el caso de que PSOE y Cs sumaran mayoría absoluta y el primero sumara más diputados, la presidencia del gobierno no recayera sobre Sánchez. Es ilustrativo seguir esa cadena de silogismos a la que conducía esa fantasía ciudadana.

¿Quién habría sido el mirlo blanco aceptado por Cs? ¿Ábalos, el cobarde ministro que se escabulló del conflicto del taxi? ¿Adriana Lastra, la que pone a Bolivia como el ejemplo de nación de naciones para España? ¿Carmen Calvo, la del dinero público no es de nadie, la que defiende que el presidente Sánchez no es la misma persona que el Sánchez secretario general del PSOE, la inventora del relator del diálogo entre el PSOE y el independentismo? Quizá, y puedo entenderlo, Rivera prefiere a Alfonso Guerra; pero éste, según sus propias palabras, pertenece a "otro" PSOE; y me malicio que este "otro" no va a tener diputados en la Carrera de San Jerónimo. No, la decisión inicial de vetar a Sánchez era un primer despropósito de Rivera que al corregirse con el veto al PSOE configura un escenario tremebundo para cualquier elector templado de esa España furibunda en la que nos quieren hacer creer que aún vivimos. Un escenario en el que da voces estentóreas ese rancio petimetre llamado Casado, recuperando para la política insultos como "felón" dirigidos a Sánchez, provenientes directamente de una obra paródica: La venganza de don Mendo. Así, se confirma que la vía de Casado no es la regeneración de la política sino la degradación de la misma convirtiéndola en una astracanada. ¿Cómo si no conjugar tan estrambótica sobreactuación con la permanencia del presunto responsable del espionaje y robo de documentos, pagados con fondos reservados, al tesorero del PP, don Luis Bárcenas, en la presidencia del grupo parlamentario popular en el Senado?

Que la ambición de Sánchez es tan poderosa como prometer no pactar nunca con el populismo y después hacerlo; de aceptar ser elegido con los votos de quienes quieren destruir el Estado; de aceptar el diálogo con un mediador o relator sobre los 21 puntos de Torra para, cuando salta el escándalo, echarse atrás y proclamar que el diálogo es sólo posible en el marco constitucional; de reivindicarse como la auténtica izquierda para arrinconar a Podemos y, al descender el apoyo demoscópico a éstos, presentarse como la mejor opción liberal. La descalificación de Rivera por la foto de Colón le será útil sin duda en la campaña electoral real que ya ha comenzado.

Sería deshonesto olvidar, en el análisis del momento político, que el principal responsable de la crispación política, de la que Sánchez acusa a PP y Cs, tiene su origen en su propia ambición, en la truncada promesa, tras la presentación de la moción de censura que echó a Rajoy, de ganarla para, inmediatamente, convocar elecciones. Con la excusa de la regeneración política, una vez presidente, quiso prolongar la legislatura hasta 2020, confiado en el voto de los independentistas, con o sin presupuesto para 2019, para, a continuación, ocuparse en su verdadera tarea: convertir esa supuesta etapa regeneradora en una auténtica campaña electoral trufada de medidas electoralistas dirigidas a la izquierda sentimental, como la exhumación de Franco, que se ha ido anunciando sucesivamente para finales de julio, diciembre y dentro de quince días; también la reforma constitucional que debía hacerse en el mes de octubre para suprimir los aforamientos y que ahora duerme el sueño de los justos. La excusa de la regeneración saltó en mil pedazos después del pacto con el PP para nombrar a los vocales del Consejo General del Poder Judicial y de hacer a Marchena su presidente, con lo que el pacto mismo también estalló al renunciar este, por ver en el tuit del impresentable Cosidó cuestionada su independencia. Las maniobras de Sánchez no sólo son deletéreas para la justicia española, ofreciendo flancos vulnerables en el momento preciso en el que iba a comenzar el juicio sobre los hechos de octubre de 2017 en Cataluña; también lo son para la jefatura del Estado y, por tanto, del Estado mismo como cuando se abstuvo clamorosamente de defender al rey cuando fue objeto de ataques virulentos por los independentistas. ¡Para que ahora se presente como la opción moderada frente a los extremismos! Puede ser cierto que Rivera sea un oportunista voluble, pero eso no obsta para que sepamos que Sánchez no es de fiar; su compromiso es sólo con él mismo. Él es el principal responsable de una polarización conducida a hombros de unos políticos que poco han aprendido de nuestra historia. Si esto es lo que nos dan a elegir, quizá algunos nos quedemos en casa.

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