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Juan José Millas

Tierra de Nadie

Juan José Millás

No pasa nada

La naturaleza va a lo suyo. Florecen algunos árboles mientras nos llaman a las urnas. A un amigo le acaban de decir que morirá en un mes o mes y medio, antes en cualquier caso de las elecciones del 28 de abril. Ya lo sabía, pero ha preferido que el médico se lo confirmara. Un tipo obcecado.

-Antes de las elecciones del 28 de abril, en las que pensaba abstenerme, qué ironía -me ha dicho por teléfono.

Millones de yogures habrán caducado para entonces en el interior de las neveras de Occidente. Miles de personas habrán enterrado a sus gatos o a sus perros; cientos de niños, a sus hámsteres. De aquí a la fecha señalada surgirán los primeros brotes de mi parra y yo cogeré un catarro primaveral. Digo lo del catarro a modo de negociación con el destino, pero también podría caerme una caja fuerte en la cabeza. En tal caso el amigo desahuciado asistiría a mi capilla ardiente antes que yo a la suya. Todo es provisional, pero vivimos como si fuera firme. El sentimiento de fragilidad nos hace mejores. Si nuestros dirigentes no fueran tan duros (de mollera), si tuvieran peor opinión de la que tienen acerca de sí mismos, el telediario sería otra cosa y los periódicos serían otra cosa y las redes sociales producirían menos veneno del habitual. Si el barril de veneno cotizara en Bolsa como el barril de nafta, seríamos millonarios saudíes.

-Pero yo soy español.

-Provisionalmente, no lo olvides.

Mi amigo, el precadáver, que es de Soria, dejará de ser soriano antes de la Semana Santa. Soriano y español y europeo y de centro izquierda. Me han dado ganas de preguntarle si sigue siendo de centro izquierda tras la noticia del desahucio, pero me he reprimido (yo siempre me reprimo). Le he dicho lo previsible: que los diagnósticos fallan, para darle a continuación cuatro o cinco ejemplos de personas que sobrevivieron a un dictamen clínico. Mientras hablábamos, medio melón que compré la semana pasada se descomponía en la fresquera y las larvas de la procesionaria engordaban en una de las ramas del pino. Cuando colgué, mi mujer me preguntó si pasaba algo y le dije que no, que no pasaba nada. Y era verdad: no pasa nada, pese a que pasa todo.

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