Diario de Mallorca

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Llorenç Riera

Reflejo del santuario y de la diócesis

La demografía, el laicismo o incluso las nuevas formas de vivir la fe entre los creyentes, no son hoy campo abonado para el ingreso en órdenes y congregaciones religiosas tradicionales. Las comunidades envejecen y topan con la falta de relevo generacional. El obstáculo es insalvable. Cierran los conventos y sus inmuebles quedan a la deriva entre el culto reducido, la tentación de la especulación, el cierre sin más o la reconversión para nuevos usos sociales, según el caso.

En cada pueblo de Mallorca hay un ejemplo de ello. Las monjas de vida activa y contemplativa se extinguen en buena parte. También los ermitaños. El fenómeno ha afectado recientemente a congregaciones muy emblemáticas. Las Jerónimas, Carmelitas y Dominicos de Palma se han replegado en otros lugares. También lo han hecho los Franciscanos Menores de Petra y las Concepcionistas de Sineu, por citar solo algunos casos particularmente significativos. Se eternizan las expectativas de reapertura con nuevas congregaciones.

Llega el turno de Lluc, nada menos que la casa Pairal de tots el mallorquins y el santuario insignia de la diócesis. No se cierra el complejo, ni la escolanía o el colegio. Los Blauets seguirán pero los Missioners dels Sagrats Cors, una congregación incrustada desde su fundación en la propia esencia del lugar, se va. Los Coritos han sido decisivos, sobre todo en los últimos cuarenta años, para dotar a Lluc del carácter, personalidad y arraigo que hoy tiene en la isla. La delegación mallorquina de la congregación que, un año después de su fundación por Joaquim Rosselló en 1890, se hizo cargo del santuario, no tiene miembros para seguir en Lluc. Dicen que se marchan precisamente para "garantizar la continuidad del santuario de todos los mallorquines", pero es posible que los roces no reconocidos con la diócesis, en torno a la gestión del caso de pederastia que afecta a Antoni Vallespir, exprior del santuario, hayan precipitado una decisión que no puede tener el carácter de sorpresa del que quiere dotarle el obispado.

Si es verdad, como asegura la nota oficial, que la retirada de los Missioners dels Sagrats Cors de Lluc ha pillado a la cúpula diocesana con el pie cambiado, el caso puede ser de severa penitencia. No puede reducirse todo al concierto de los Blavets, la liturgia vistosa y la concurrida marxa anual. Será comprensible el "dolor" expresado, pero no tanto la sorpresa vertida. Ha pasado lo que tenía que pasar, por los motivos expresados antes. El "periodo de reflexión" al que se encomienda el obispo Taltavull, a estas alturas, debería estar ya liquidado y con conclusiones disponibles para ser puestas en práctica.

El trance que ahora afronta Lluc es, en definitiva, fiel reflejo de una diócesis que, pese a la reducción de efectivos, sigue demasiado entregada al clericalismo y no ha tenido el coraje de afrontar alternativas y planes de reacción suficiente. En eso, Lluc también es el santuario insignia y madre de Mallorca. La diócesis se refleja en él tanto en su confusión como en su plena nitidez .

Además, si en los aledaños de la Seu todavía necesitan pasar por la cuaresma de reflexionar qué hacer con Lluc, la verdadera sorpresa está en confirmar su falta de sintonía con la comprobación de que, mientras se vacían y silencian parroquias y templos ordinarios, los santuarios siguen manteniendo su polo de atracción de la costumbre, la tradición arraigada, la religiosidad popular y la pluralidad ahora ya multicultural y turística en Mallorca. No se acertará con la evangelización moderna si los planes de pastoral no se encomiendan a estas realidades.

El anuncio de la retirada de los Missioners dels Sagrats Cors de Lluc y la reacción diocesana ante ello ha servido para destapar estas cosas y el largo y tortuoso camino que resta por hacer.

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