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LAS SIETE ESQUINAS

Mentiras

Hace unos días se difundió un vídeo de la actriz Jennifer Lawrence recibiendo un premio Golden Globe. En el vídeo, la actriz lucía un bonito vestido rojo y un collar de diamantes de Chopard que las crónicas del acto definieron como espectacular. Desde el escenario, Jennifer Lawrence contestaba las preguntas de los periodistas. Pero ¿era realmente Jennifer Lawrence? Porque el rostro de la mujer del vídeo no era el de Jennifer Lawrence, sino el del actor Steve Buscemi.

A esta clase de vídeos, en los que un personaje aparece con un rostro falso ensamblado en vez del suyo propio, se les suele llamar Deep Fakes. Por lo visto, se originaron en el mundo del porno para hacer pasar vídeos filmados en un estudio por vídeos protagonizados por personajes famosos. Y ahora la tecnología se ha desarrollado de tal manera que ya puede crear vídeos prácticamente perfectos en los que la cara y el cuerpo de los protagonistas no se corresponden con sus legítimos dueños. Es decir, que en esos vídeos se podrá atribuir a alguien en concreto lo que ha hecho otra persona que no tiene nada que ver con ella. Supongo que ya se imaginan las consecuencias devastadoras de esta clase de vídeos, y más ahora que estamos en campaña electoral. Si alguien usa esta nueva tecnología, la candidata X o el candidato Z podrán aparecer en un vídeo de escabroso contenido sexual (pedofilia, sadomasoquismo, gore), o bien cobrando sobornos o metiéndose el dedo en la nariz o pegando un cachete a un niño o escupiendo a un pobre refugiado. Cualquier cosa que se le ocurra a la persona que manipule el vídeo. Y lo mismo podrá pasar en un futuro con cualquiera de nosotros. Si ya circulan memes en los que se manipula la imagen de personas conocidas para burlarse de ellas, imaginen lo que pasará el día -que ya está aquí- en que se nos puede convertir en protagonistas de vídeos vergonzosos o claramente delictivos. Y sin nadie que pueda frenar su distribución, dado el ritmo vertiginoso al que se difunden esta clase de vídeos por las redes sociales.

No sé si alguien se ha preguntado el efecto catastrófico que estas Deep Fakes van a tener en el futuro de la democracia representativa. Y justo cuando sabemos que un nuevo programa de inteligencia artificial -el Open AI de Elon Musk- ha creado un generador de textos que puede parodiar y reescribir textos a partir de un texto previo. Es decir, que ese programa puede convertir este mismo texto en otro distinto -convenientemente alterado y manipulado-, que podría serle atribuido a su autor con todas las consecuencias que ello pudiera acarrear. Es cierto que este generador de texto pertenece a Elon Musk, que es un personaje singularmente mentiroso, de modo que quizá no exista realmente. Pero todo indica que esa herramienta podrá existir en un futuro muy próximo. El otro día estuve usando Google Translate para traducir un poema mío al inglés, al francés y al catalán. La traducción al catalán era casi perfecta. Al inglés era muy buena, aunque no impecable. Y al francés estaba bien, aunque tenía aún tres o cuatro errores de bulto. Por supuesto que estos traductores automáticos harán muy bien su trabajo en uno o dos años. Y cuando llegue ese día, adiós, traductores humanos. Adiós, hermosos matices que daban vida a un buen poema o a una buena prosa.

Este es el mundo real en el que vivimos. Un mundo en el que ciertos bancos se pueden permitir el capricho de despedir a dos mil o tres mil empleados para aumentar su cuenta de beneficios. Un mundo en el que una aplicación gratuita de Google hará el trabajo que ahora hacen miles de empleados humanos. Un mundo en el que dentro de poco circularán vídeos de personas conocidas -o desconocidas- haciendo barbaridades que esas personas no han protagonizado en absoluto. Y mientras tanto, nuestros líderes políticos siguen jugando a sus apasionantes carreras de sacos.

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