Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Lo que nos conviene

En un adelanto de la primavera, ya se persiguen y pían los gorriones; en los naranjos, aún por recibir la poda de invierno, hay azahar; a mediodía sobran los chaquetones y abrigos de la mañana. Y una vez más, fiel a su cita, tenemos elecciones a la vista. Tres canónicas y otras que, a juzgar por la expresión facial de algún líder, vienen para sembrar regocijo y algazara en el país. Echan humo las encuestas, los tertulianos tiran de complemento vitamínico, hierven las mentes de los creativos de argumentarios políticos€ y la clase de tropa, de nuevo, contiene apenas un gesto instintivo: encoger los hombros y agachar la cabeza, intentando resguardarse del chaparrón de semiverdades y cuasipromesas que se le viene encima; esa granizada de fórmulas mágicas que nos asaeteará durante meses para luego, previsiblemente, quedarse en humo al contacto con la dura realidad. Todo ello en un panorama nacional que desde hace años desconoce el aburrimiento.

En su afán por diferenciarse del adversario, los partidos van a máximos y el mensaje se polariza. Como siempre, abundan la frase lapidaria y hueca, el concepto simple y breve, la repetición hasta la náusea. Algunos encuentran especial gusto en la descalificación y el insulto, éxito seguro cuando se ponen las tripas por delante de la razón. A quienes tratan, con mayor o menor fortuna, de mantenerse en aguas dialécticas civilizadas, al instante se les tilda de tibios o cobardes. La consigna parece ser: "Todo menos cordura, prudencia, reflexión". Por lo visto, se impone afrontar el período electoral como si fuera una batalla sin cuartel. Para ciertos líderes no somos ciudadanos que deciden cómo se va a administrar el país en las presentes circunstancias; no consideran que deban informarnos en detalle de qué planes reales nos ofrecen, porque, si los incumplen, les pediremos cuentas. No: nos tratan como si fuéramos mercenarios que deben embaucar con el botín, o niños a los que se encandila con un juguete. Sobre todo, creen que hay que dividir sin cuartel, atomizar, desinformar, y procurar que el día de las elecciones vayamos a las urnas ajustándonos al tópico clásico que definía al español como un señor bajito y cabreado. Ahora la gente es más alta, pero resulta esencial, desde la política, mantenerla cabreada: así no pensará mucho y acudirá noblemente al engaño. Por desgracia, es lo que se deduce al oír desapasionadamente a algunos políticos de primera fila.

El otro día la presidenta del Congreso llamaba al orden diciendo a los diputados que no se encontraban en la Cámara de los Comunes británica. En efecto: los temperamentales parlamentarios británicos no tienen una guerra civil a menos de un siglo de distancia, y la última vez que batallaron lo hicieron contra un enemigo común. Por eso las maneras de allí no son de recibo aquí, donde algunas actitudes constituyen auténticos experimentos con cerillas y gasolina. Habrá que ver si conviene poner nuestro futuro en manos de según qué tragafuegos.

Compartir el artículo

stats