Todos los relatores quisieran superarse en una siguiente vez. Pero este, previsto para la mesa de partidos en Cataluña antes de partir peras, ni siquiera tuvo ocasión de abrir boca y fue descartado por quienes seguramente, cuando niños, se sentaban en corro para escuchar embebidos las historias en una ansiedad que revivía en cada encuentro con él/ella y subía de tono cuando faltaba. Como seguramente vaya a ocurrirles en su ausencia para que cada quién dibuje lo que mejor le convenga.
Ya más crecidos y dejadas de lado Caperucita y la ratita presumida, eran ellos quienes proponían entre discusiones y sin nadie que los aplacase como sigue pasando, con mutuas acusaciones de elegir los cuentos a su medida, a la del grupo de amiguetes y sin atender a propuestas que no hubieran de versar siempre sobre fantasmas y propósitos fallidos o, si eran los discrepantes quienes se quejaban, hasta la coronilla de conquistadores, en un remedo de lo sucedido en América y la masacre de los nativos.
En cada debate, nadie que pusiera paz, aunque todos dijesen después que estarían encantados de confraternizar como antaño hasta que les llegase a unos y otros el turno de preguntas. Cuando se juntaban, imposible convertir aquella jerigonza de palabreo e interrupciones en diálogo del que pudieran extraerse conclusiones con que iniciar la siguiente reunión. No había forma de que diesen pie al argumento de un relato que pudiera contentar a todos y, si no llegaban a las manos debía ser porque, en plena y hormonada adolescencia, intuían sin embargo que la agresión no obraría en su favor cuando volviesen a las andadas, de modo que preferían el corte de mangas.
-Si nos viene a contar, a vosotros os hará más caso y otra vez con el arponcito a la ballena, el dinosaurio al que terminarán por cortarle la cola€
-O los pobrecitos de la tribu -respondía el oponente-, entre espadas y caballos de los invasores. ¡Como si no nos conociéramos!
Los más avispados o de mayor predicamento, seguían una y otra vez en las mismas mientras el resto escuchaba y mostraba con gestos airados su opinión, aunque algunos evitaban incluso mirarse, no fueran a ser de nuevo objeto de bullying como le había ocurrido a más de uno en el pasado. Se decían que podrían exponer distintos enfoques y que el cuentista, el relator, eligiese. O bien los mezclase a su criterio, aunque la ocurrencia no fue del agrado de otro: "¡Estás que sí! Irás por detrás para que vaya por donde más os guste. Además, queréis traer a uno de fuera pero tendrá que saber castellano, ¡faltaría más!, para entenderos€".
-Y catalán también, ¿no? Encima, como nos juntaríamos en Barcelona, para postre y después de la comida, un xuxo. ¡Ya me diréis!
El caso es que, entre dimes y diretes, no lograban ponerse de acuerdo. Que si comidas de coco con o sin cuentista de por medio, que si estos seguirán a verlas venir en lo que dure el relato mientras que tú y yo sólo haremos que interrumpir€ De hecho, ya muchos de entre los conocidos se burlaban del plan. "¿Alguien que no os conozca y para que invente al gusto de todos? ¡Menudo sarao! ¡Gilipollas que sois€!
-¿Entonces, qué?
-¡Pues yo que sé! -se encogía de hombros el interpelado-. Lo pensamos y ya veremos porque, para según qué, quizá convenga no salir de casa. O que cada uno le cuente a los amigos lo mejor que se le ocurra y al contador que le den. Total, no hay más que burlas€
A todo esto, el relator/a no supo nunca que podría serlo ni se enteró por tanto de lo que se fue cociendo antes de ser descartado el día 8 de los corrientes. Y suerte que tuvo, porque ¡vaya papeleta! Peleado con unos u otros, intentando hacerse oír sin conseguirlo, instado a inventar una historia de amor y al poco de malévolos ovnis, o troceando para contentar a todos y debiendo mezclar tocino con velocidad. En tal coyuntura, ¡que se las apañen solos! -habría dicho, seguramente, de ser preguntado-. Y así siguen cuando ya adultos: rehuyéndose, mirándose de reojo cuando coinciden y, en cuanto pueden los de una facción, zancadilla al canto y viceversa hasta la próxima vez.
Sin Presupuestos aprobados, el proyectado cuentista ha pasado, de controvertido, a ser únicamente abono para las mil y una historietas a la medida de cada cual, prolongadas sin nadie que las ordene ni final al gusto de todos y que, por tanto, perseguirán a protagonistas y oyentes mientras se desarrollan e incluso mucho tiempo después de haber concluido el juicio al Procés o las elecciones en ciernes.
De todo ello se habrá librado el relator/a proyectado en las declaraciones de Pedralbes, por lo que cabe suponer que el/la tal, quizá naciese en su día con una flor en el culo. La que le evitó tener que irse, en plena debacle actual, exclamando: "¡Si lo llego a saber, a buenas horas! ¡Anda y que les den!".