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Hobbits, hooligans y vulcanianos

Así denomina el filósofo Jason Brennan los tres tipos de ciudadanos en su polémico libro Contra la democracia. La elección de Trump, el resultado del referéndum sobre el brexit, el acceso impecablemente democrático al poder de Bolsonaros, Salvinis, Orbans y demás, son acontecimientos que propician la reflexión sobre los riesgos de dejar la democracia en manos de la democracia. ¿Es la democracia un fin en sí misma, con un valor intrínseco como el ser humano, o es simplemente el menos malo de los instrumentos políticos para alcanzar el progreso material e intelectual de la sociedad? Si es lo primero, nada que objetar y aquí se acaba el tema, asumiendo con estoica resignación que un antidemócrata declarado tenga la posibilidad de acabar con la democracia mediante el venerado sufragio universal. No sería la primera vez.

Ahora bien, si consideramos la democracia como una sofisticada herramienta política para solventar los naturales conflictos de una sociedad a la vez local y global que se caracteriza por su galopante complejidad, es lícito pensar que tal vez debería exigirse una cierta cualificación para manejar dicha herramienta, de la misma forma que no sería aconsejable subirse a un avión con unos pilotos elegidos democráticamente por los pasajeros como única garantía o dejar que un equipo de curanderos magufos dirigiera un hospital por decisión democrática de los pacientes. Se convendrá que la gestión de un país es algo más complicado que pilotar un avión o dirigir un hospital, por lo que no sería descabellado intentar evitar que se hiciera realidad un momento Waldo de la inquietante serie Black Mirror. Lo siento, hay que verlo, el más leve comentario sería un spoiler.

¿Alguien se atrevería, tal como están las cosas, a aventurar un resultado sobre un hipotético referéndum sobre la vuelta a la peseta o asegurar que conoce lo que realmente quieren los 'chalecos amarillos'? Y suponiendo que ello tenga alguna importancia ¿somos igual de competentes para elegir la opción política más conveniente? Un hobbit diría que tanto le da la peseta como el euro, que le importan un bledo los 'chalecos amarillos' y que pasa de la política. Y si vota, lo hace al que más sale por la tele o al que mejor apacigua sus miedos a un mundo del que ignora su funcionamiento. Los hobbits son muy permeables a las fake news. Un hooligan, en cambio, tiene clarísimo lo de la peseta. Apoya con fervor el movimiento anti Macron, y con el mismo fervor el movimiento pro Macron. Y, por supuesto, no alberga ningún género de duda sobre la mejor opción política, la única factible, la suya de siempre, la que da sentido a su vida contra viento, marea y, sobre todo, contra el resto de opciones. La política es su pasión, junto a la emisión de fake news para los hobbits.

Pues bien, según Brennan, hobbits y hooligans detentan mayoritariamente los hilos del sistema democrático con los resultados que cabía esperar. Ante lo cual, se preguntan los residuales y reflexivos vulcanianos, esos a los que Trump y Maduro llaman la élite, si no habría que racionalizar, o dicho en términos informáticos, actualizar la herramienta democrática. Se diría que empieza a dar síntomas de fatiga y obsolescencia. Son ya muchos años de funcionamiento con el mismo programa en un entorno cada vez más complicado y cambiante.

Propone Brennan la epistocracia, una especie de carnet de votante por puntos con revisiones periódicas a semejanza del permiso de conducir. Bien mirado, ejercitar el voto no debería implicar menos responsabilidad que conducir una Vespa. O sí, no sé. En realidad, además de meterme en un jardín muy políticamente incorrecto, creo que más pronto que tarde, nos guste o no, será un algoritmo -¿ilustrado?- el relevo de la democracia.

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