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Las comparaciones son odiosas

Nuestros ingresos no solo representan un medio para comprar cosas. También los utilizamos, mediante la comparación con los demás, como medida de cómo somos valorados y, en algunos casos, para valorarnos a nosotros mismos. Es decir, condicionan nuestra autoestima y felicidad -ese estado que consiste en sentirse bien, disfrutar de la vida y desear que este sentimiento se mantenga; frente a la infelicidad, que supone sentirse mal y desear que las cosas sean de otra manera-. El quid del equilibrio entre economía y felicidad radica en llevar el mismo estilo de vida que nuestros colegas, amigos o vecinos o, si acaso, mejor. Aunque en este caso los infelices serán ellos.

Resulta que sentirse satisfecho con los propios ingresos depende fundamentalmente de dos factores: la comparación con lo que ganan en nuestro entorno y lo que se está acostumbrado a ganar. Es curioso, pero no nos preocupa tanto lo que ganamos sino lo que ganamos comparado con otros. La percepción de nuestros ingresos relativos demuestra ser más importante que nuestros verdaderos ingresos. Así lo afirma el economista de la London School of Economics, Richard Layard, en su brillante libro La felicidad (editorial Taurus).

El otro elemento presentado por Layard es que "el nivel de vida es adictivo". Es decir, una vez se alcanza una cuota de status, es imprescindible mantenerla para no ver disminuida la felicidad. De espolear esta sensación vive la publicidad, la hermana prostituta del periodismo, cuyo recurso más común consiste en hacernos ver que la gente de nuestro grupo social posee determinado producto y activan nuestros instintos de competencia social para tratar de comprarlo.

Otro hecho significativo es que los ingresos adicionales son realmente valiosos cuando sirven para elevar a las personas por encima del umbral de la precariedad. Layard explica que el aumento de la felicidad derivado de los ingresos adicionales es mayor cuando se es pobre y desciende a ritmo constante a medida que se es más rico. Es decir, el dinero extra les resulta más indiferente a los ricos que a los pobres. Cabe inferir que si el dinero adicional de una persona más rica pasara a una persona más pobre, la persona pobre obtendría una felicidad mayor que la que perdería la persona rica. Por tanto, la felicidad media aumentaría. Así pues, un país tendrá un mayor nivel de felicidad media cuanto más equitativamente esté distribuida la renta.

Sean felices (si les dejan).

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