Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

JOrge Dezcallar

El amigo marroquí

Por fin, tras una larga espera, esta semana los Reyes han viajado oficialmente a Marruecos, uno de los países que más importancia tienen para España aunque muchos todavía no se hayan enterado. Les acompañaban varios ministros y se han firmado una veintena de acuerdos que hacen aún más densa la relación bilateral.

Durante mis cuatro años como embajador en Marruecos he cruzado innumerables veces el Estrecho mirando desde el avión los escasos 14 kilómetros de agua que separan Gibraltar de Ceuta. Un foso que parece insalvable a esos quinceañeros que en Tánger miran salir a los ferries de Algeciras y que darían cualquier cosa por llegar a lo que consideran Eldorado europeo. Algunos lo pagan con la vida.

En tiempos de Roma o de Cartago el Estrecho no separaba el norte del sur sino el este conocido del oeste, donde rugía un océano ignoto y sin fin. Y lo mismo continuó sucediendo en tiempos de los visigodos (recuérdese que el "traidor" conde don Julián era gobernador de Ceuta) y también de los árabes, que durante ochocientos años dominaron ambas riberas. Fue más tarde, en los años del enfrentamiento entre la cruz y la media luna otomana, cuando el Estrecho se convirtió en un foso de separación que, sin embargo, volvió a diluirse con el imperialismo disfrazado de "afán civilizador" de principios del siglo XX, que en nuestro caso se vistió de protectorado y tiñó de sangre muchos hogares de ambas orillas.

Hoy el Estrecho sigue con su eterna tarea de unir y separar al mismo tiempo a dos países vinculados por la historia, por la geografía y por muchos intereses comunes. En cierta ocasión le oí decir al rey Hassan II que dentro de mil años habrán pasado muchas cosas, incluyendo posiblemente la desaparición de España y de Marruecos como entidades políticas autónomas (a fin de cuentas tampoco existían hace mil años) pero que salvo un cataclismo que hoy es imposible de prever, al sur y al norte del Estrecho habitarán gentes a las que con seguridad les irá recíprocamente mejor si al otro también le va bien. Por eso, concluyó el monarca, "no hay que insultar al futuro porque lo compartiremos". Hassan tenía sus cosas pero era un hombre muy inteligente.

Desde un punto de vista comercial, España es hoy el primer proveedor y el primer cliente de Marruecos, un país que sólo está detrás de los Estados Unidos como destino de nuestras exportaciones. También somos allí el primer inversor extranjero para desconsuelo de nuestros vecinos franceses. De Marruecos nos llegan hoy migrantes procedentes de toda África (y de más lejos) que eligen la ruta del Estrecho y cuyas cifras se han disparado (65.000 en 2018) a medida que se les cierran las vías del Mediterráneo oriental y central. La cooperación de Rabat es esencial para regular este tráfico que en buena medida Marruecos también padece como país de tránsito, igual que necesitamos su concurso para combatir el paso del hachís de Ketama y de la cocaína sudamericana. En terrorismo es clave la cooperación de Marruecos y hasta donde yo sé nunca nos ha fallado, para desesperación de los partidarios de inverosímiles y políticamente interesadas teorías de la conspiración que muy poco hacen por la concordia ciudadana y mucho por la crispación nacional. Y podría seguir hablando de otros asuntos como la pesca (92 barcos españoles faenan al amparo del acuerdo suscrito entre Marruecos y la Unión Europea), o el tránsito del gas argelino. Son cuestiones en las que la cooperación con Marruecos tiene gran importancia.

Pero también tenemos malentendidos que a veces se nutren de un desconocimiento de nuestro vecino del sur y de los estereotipos y resabios racistas que permanecen en el imaginario colectivo, junto con una ignorancia colosal de lo que supuso el dominio del Islam en la península Ibérica y en eso tiene mucha culpa un sistema educativo que ignora al califa Al Hakem o a El collar de la paloma, junto a Averroes o Maimónides. Otras veces esos desacuerdos muestran diversas posiciones de fondo en relación con el contencioso del Sahara (con España alineada con las tesis onusianas de consulta popular), o sobre Ceuta y Melilla (cuya aduana nos han cerrado sin reacción alguna por nuestra parte, lo que no deja de ser asombroso), y que llegaron al paroxismo con la disputa sobre el islote de Perejil que se originó en un grave error de cálculo de Marruecos. Y a este respecto conviene despejar de una vez por todas la teoría (extendida al sur del Estrecho) de que España tiene interés en que el conflicto del Sahara se mantenga vivo para que Rabat esté ocupada y no nos plantee problemas en nuestras ciudades norteafricanas. Es completamente falso. Lo que a España interesa es lo contrario, que el problema del Sahara encuentre una solución y que Marruecos pueda dedicar sus energías a desarrollarse económicamente porque será la mejoría de su nivel de vida con la educación, la igualdad de género y el empleo los que contribuirán a la paz social y a una mayor participación política. Y democracia significa estabilidad.

Por eso, la visita de los Reyes a Marruecos se inscribe en la mejor tradición de mantener una diplomacia de mano tendida hacia nuestro vecino del sur, muchos de cuyos ciudadanos trabajan honradamente en España y contribuyen a nuestro bienestar colectivo, como ha reconocido el propio Rey en Rabat y yo no puedo estar más de acuerdo. Es la política inteligente y correcta porque cuanto mejor le vaya a Marruecos, mejor será para España.

Compartir el artículo

stats