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Músicos callejeros

La concejalía de Participación Ciudadana de Palma -cuidado con el nombre- liderada por Eva Frade ha decretado que existen en la ciudad zonas acústicamente contaminadas (ZAC) y, por tanto, no se le ha ocurrido mejor manera de suprimir tanta polución sonora que prohibir a los músicos que interpreten sus temas en las calles del centro urbano. Por lo visto, las mafias que distribuyen estratégicamente a sus mendigos en las inmediaciones de la Catedral pueden actuar impunemente. Si es por contaminación, Palma es un excelente ejemplo de porquería visual y olfativa. Basura en los parterres, en el bosque de Bellver y en Na Burguesa. Un lugar, éste último, que ya tiene visos de ser un vertedero con unas vistas envidiables sobre la Palma de Frade y Noguera, dos filólogos hispánicos de altos vuelos. No en vano, su castellano es toda una valiosísima aportación lingüística que debería ser destacada por las altas esferas. Ellos son los adalides de la necesaria renovación de la lengua castellana. La proliferación patológica de tiendas de souvenirs o de anodinas franquicias que rodean la plaza de Cort también podría computarse como contaminación estética o, por lo menos, como un proceso imparable de gregarismo, digámoslo así. Más aun, si tales comercios de baratijas cercan la mismísima catedral de la capital.

Pero volvamos a la música. Si uno se pasea por Palma, podrá comprobar la gran calidad de muchos de los músicos que, con sus versiones o composiciones propias, amenizan la rúa palmesana. Pocas cosas tan hermosas como ir caminando por la calle y reconocer una melodía o esos primeros acordes de una canción especialmente querida y que el músico callejero, en general, interpreta con sumo respeto e incluso mejora con su personal modo de tratarla. Prohibir sus actuaciones no deja de ser una forma de quitarle frescura y espontaneidad a la vida urbana. Una ciudad sin música en las calles deja de ser ciudad para devenir decorado. Como si en la ciudad no existieran otros elementos altamente contaminantes desde el punto de vista acústico. La ciudad está viva mientras no sea regulada hasta el tedio. Una ciudad es ciudad porque está abierta a lo inesperado, a lo insólito. Sí, incluso abierta al flautista que desafina o al guitarrista que rasguea de mala manera las cuerdas de su instrumento. Aunque, también es cierto que, puestos a elegir, uno preferiría toparse en cualquier esquina de la ciudad con un cuarteto de cuerda que bordase Bach o Vivaldi, por poner un ejemplo. Ahora bien, una vez dicho esto, comprendo que no debe ser agradable, incluso irritante, para algunos vecinos tener que soportar una y otra vez esa Guantanamera o ese Imagine que le sube desde la calle hasta su vivienda, así en bucle. Pero eso no son más que las servidumbres de habitar una ciudad, esas molestias diarias que tenemos que afrontar. Las abrumadoras e indigestas masas de turistas, puestos a hilar fino en cuestión de contaminación acústica y, a ratos, visual, también podrían ser tratadas como elementos distorsionadores del paisaje urbano del casco antiguo de la ciudad. En cualquier caso, ese rigor que exhibe la concejalía de Palma para con los músicos callejeros se torna pasotismo ante el desbordamiento de basura en muchos barrios. Y podríamos seguir enumerando zonas literalmente contaminadas o ZLC.

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