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Antonio Papell

¿Qué piensa hacer la derecha con Cataluña?

Los tres partidos de la derecha -los que han provocado en cambio en Andalucía y que forman a los ojos de todos una unidad en la que los matices, que los hay, no son lo más importante- están sometiendo a un marcaje implacable al gobierno, en teoría para impedir que acceda a las exigencias de los soberanistas; en la práctica, para evitar que se mantenga el pacto de la moción de censura, que dejó a la derecha en minoría (entonces Vox no jugaba papel alguno) y que podría reproducirse tanto en la aprobación de los presupuestos cuanto tras unas futuras elecciones generales. La vociferación contra el diálogo, con manifestaciones este domingo, recuerda mucho el histrionismo conservador contra el diálogo con ETA. Finalmente, fue el socialista Rubalcaba quien consiguió la paz sin contrapartidas.

Es probable que quienes están instigando la no negociación entre el gobierno y el soberanismo estén pasándose de rosca y menospreciando la inteligencia de los ciudadanos porque, a esas alturas, sugerir alguna connivencia del viejo PSOE con el nacionalismo radical e independentista resulta incluso gracioso, y la acusación inverosímil puede acabar volviéndose contra quien la emite. Pero lo grave del caso es que esta campaña inflamada, en que se compara el binomio ERC-PDeCAT con la simbiosis ETA-Bildu (el símil pintoresco ha sido enunciado y no proviene de la imaginación de este escribidor), participa en la formación del contexto crispado en que se desenvuelve la cuestión catalana.

En otras palabras, la agresividad de las formaciones de derecha contra el soberanismo, y contra la propuesta de diálogo permanente que realiza el gobierno (el gobierno de mismo partido que apoyó incondicionalmente al PP en la aplicación del artículo 155 de la Constitución), dificulta seriamente la distensión del clima y la solución negociada del conflicto a medio y largo plazo. En concreto, después de que se celebre el juicio del Procés, que empieza la semana que viene y durará varios meses.

Con toda evidencia, las elecciones generales están próximas (como muy tarde, han de celebrarse en el primer semestre de 2020), y el problema catalán habrá de ser gestionado hacia un desenlace por el próximo gobierno, que muy probablemente deberá convivir con la presión generada por varios presos soberanistas en las cárceles, afectados por considerables condenas. En todo caso, la misión será ardua y compleja, pero si el gobierno central es de los conservadores que ahora gritan hasta la afonía, los presagios son definitivamente negros. La aplicación del artículo 155, que ya debería haberse adoptado según las tres formaciones de estribor, no sólo no resolverá el problema sino que extenderá el malestar a amplios sectores no independentistas, que ya se sienten actualmente postergados por Madrid si bien callan de momento para no dar más oxígeno al soberanismo. No es difícil aventurar que la hipotética suspensión de la autonomía, con focos radiantes de tensión dentro y fuera de Cataluña y con una Europa intentando desentenderse del asunto porque no acabará de asimilar que la derecha democrática haya pactado con Vox, no hará precisamente de Cataluña una balsa de aceite. Más bien al contrario.

Quizá entonces, cuando ya sea tarde, quienes ahora utilizan el atizador para avivar el fuego entiendan lo que muchos hemos repetido: que el conflicto catalán tiene dos soluciones: la negociada y la otra. Y que esa otra nos conduce a la inestabilidad, a la decadencia y quién sabe si también a un escenario de violencia, de mayor o menor intensidad.

Conviene que el PP, Ciudadanos y Vox se planteen en voz alta estas cuestiones cuando todavía es tiempo de ponderarlas porque sería dramático que los electores tomaran esta vez decisiones a ciegas. De momento, hay que prevenir a este país de que, frente a la inflamación nacionalista de un soberanismo rancio, xenófobo y agresivo en Cataluña, está naciendo y cristalizando un nacionalismo españolista que sus promotores encuentran en las parameras franquistas de no hace tanto tiempo. Si se produce la colisión, después de haber negado toda posibilidad a una salida dialogada de la confrontación, habremos incurrido de nuevo en el peor escenario. En el que no tiene nombre todavía pero ya produce terror y desconsuelo.

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