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A vuelapluma

La hora de los cobardes

Llámenme cándido, pero entras al Mercadona, te encuentras en el hilo musical a Quique González y la felicidad incluso parece sencilla. Tampoco se necesita tanto para adornar un día libre si te da por ignorar las redes sociales. Lo contrario es condenarse al enfrentamiento fácil, al gusto por el exabrupto y al abandono de los matices. Cataluña, Venezuela, incluso la política valenciana, parecen cocerse en esa olla hirviendo. Rancho para radicales. Hay excepciones, claro, pero no había habido antes un canal tan amplio y efectivo (dada su resonancia) para la ira. No es casual que el populismo encauce sus mensajes con tanto éxito de público y objetivos en estos terrenos: mis vecinos viejos, hijos de la huerta, dicen que los excrementos son el mejor abono.

Es tiempo de cobardes, de declararse en retirada. Atemperados y moderados son más necesarios que nunca en tiempos de polarización.

No me gustan quienes glorifican acríticamente el carril bici de València y me gustan menos quienes lo borrarían de un plumazo por venir de donde viene. Duele que se considere mancha intolerable defender que, sin cuestionar el proyecto, ha habido excesos en su desarrollo, adoptados en algún caso, como se ha comprobado, con menos consenso ciudadano del que sería deseable. No me gusta que plantear algo así sea desautorizado como sometimiento a quienes devolverían a Giuseppe Grezzi a Nápoles en patera.

Es solo un caso. Si te atreves a sostener que la agresión a un concejal de Ciudadanos de Torroella de Montgrí (Girona) es una barbaridad injustificable, prepárate para las bofetadas (verbales) por "españolazo". Y si sales a criticar el mensaje del rey del 3-O por parcial y poco integrador disponte a las acusaciones de traidor a la patria. O con unos o con otros. Si no, un cobarde equidistante.

Molesta que no se pueda estar en contra del régimen nada democrático de Nicolás Maduro y tener los ojos bien abiertos al mismo tiempo sobre lo que hay detrás del hasta ahora desconocido y minoritario Juan Guaidó, empezando por Trump y la histórica doctrina Monroe de los presidentes de EE UU: "América para los americanos" (del Norte, claro).

Decántense: Pablo Iglesias o Íñigo Errejón. La moderación y la apertura a otras fuerzas de la izquierda del hasta ahora número dos suenan a sensatez, pero el momento del desmarque del ambicioso político deja a los amigos de Podemos al pie de los caballos y, como consecuencia, el resultado puede ser que todo siga igual en Madrid.

La última disyuntiva de la movilidad es taxi o nuevas plataformas digitales. Tienen razón los taxistas en que la competencia no es entre iguales, que en un lado hay licencias a pagar, impuestos ineludibles y restricciones de horario y número de vehículos, mientras que en el otro, la tendencia es a la desregulación y a la desprotección bajo el paraguas de unas macroempresas tan difusas como todo lo virtual. Pero que la solución sea el monopolio y la expulsión de los otros a base de tomar las calles y de medidas de presión más cercanas a la extorsión es perder la razón.

En estos tiempos, "lo valiente es el gris, no el blanco y el negro", decía hace unos días el dirigente del PP vasco Borja Sémper (El País, 30-01), que algo sabe de los efectos de la radicalidad.

No es momento de falsos héroes ni optimistas baratos. Es hora de cobardes y traidores que abandonan la manada. De individuos que piensen por sí solos sin dejar de pensar en el bien de muchos. Dice Stefan Zweig que en el instante en que dijo no a su época (bélica), encontró el sí a sí mismo.

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