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JOrge Dezcallar

Despierta, Europa

El grito de guerra de los almogávares era "¡Desperta, ferro!" y ahora habría que gritar ¡Despierta, Europa! porque los europeos nos estamos quedando atrás después de haber dominado el mundo durante 500 años, desde que los exploradores y descubridores españoles y portugueses iniciaran la primera globalización, después de haber extendido por la fuerza de las armas y por nuestro soft power nuestros modelos políticos y económicos, después de haber monopolizado descubrimientos científicos y tecnológicos que han cambiado la vida de la Humanidad, de haber dominado el comercio y las rutas marítimas, los europeos nos hicimos el harakiri despedazándonos con entusiasmo con las peores guerras de la Historia. El resultado fue que perdimos el control sobre nosotros mismos y como consecuencia también el control del mundo.

Europa se encontró por vez primera sin apoyos externos en mitad de una confrontación estratégica e ideológica entre los EEUU y la URSS y entonces, en un alarde de ingenio e inventiva, buscó una solución en un proceso integrador de novedosa arquitectura institucional que pretendía acabar de una vez por todas con las guerras en el continente y equiparnos para hacer frente a ese futuro en soledad. Una ola de ilusión recorrió nuestro paisaje y esa ilusión fue mayor en España, que se incorporó tarde al proceso. Para nosotros Europa no solo representaba progreso político, económico y social sino que garantizaba una democracia ahogada por una cruel guerra civil y un dictadura de cuarenta años. Hubo fallos porque no se evitaron las guerras de los Balcanes y porque el diseño institucional de Europa comenzó por el tejado y no se acompañó la moneda única de una fiscalidad común o de una especie de reserva federal que protegiera y garantizara la convergencia económica. Pero es muy fácil criticar retrospectivamente. A cambio, se diseñó para nuestro continente un sistema de bienestar sin igual que hacen de nuestra sanidad o de nuestra educación la envidia del mundo.

Pero el esquema tenía al menos dos fallos: el primero es cómo mantenerlo a largo plazo porque que con el 9% de la población mundial, envejecida por falta de natalidad, no es fácil mantener el 50% del gasto social mundial. Y el segundo, que los norteamericanos no están contentos con el reparto de las responsabilidades y se han hartado de ser ellos quiénes ponen los muertos y el dinero de la defensa común. Lo advirtió Obama y Trump ha dado un puñetazo en la mesa para exigir que Europa gaste más en su propia defensa, sobre todo cuando además tienen con nosotros un fuerte déficit comercial. Trump no oculta su deseo de salirse de la misma OTAN y se lo repite a sus allegados, los pocos "adultos en la habitación" que aún le acompañan y que tratan de disuadirle de ello. Si añadimos los desastrosos efectos de la crisis económica de 2008, la deslocación de empleos traída por la globalización y décadas de liberalismo desregulado (entre 1950 y 1973 la productividad creció 90% y los salarios el 80%, pero desde entonces aunque la primera aumentó otro 80%, los salarios solo subieron el 20%), nos encontramos con el escenario ideal para la tormenta perfecta de la que el actual desmadre del Brexit es el resultado culminante. Por ahora, pues ya se sabe que a perro flaco todo son pulgas. El resultado son los populismos y nacionalismos que han proliferado en nuestro continente y que en nuestro caso se manifiesta con el movimiento de los indignados de la Puerta del Sol (germen de Podemos) y en el separatismo catalán, que aparecieron al mismo tiempo. Vox lo ha hecho más tarde.

Probablemente esta será una reacción transitoria porque los populismos no tienen la solución, como tampoco la tienen los nacionalismos. Aciertan al denunciar males existentes pero carecen de recetas eficaces para combatirlos. La prueba es Italia, gobernada por los populistas de Cinque Stelle y los nacionalistas de la Liga, un coctel letal que en muy pocos meses ha metido al país en recesión económica. Hoy los problemas son de tal envergadura (cambio climático, migraciones, terrorismo, desigualdades provocadas por la globalización, seguridad digital, ciberguerra..) que nadie puede enfrentarlos en solitario pues exigen respuestas concertadas. Dicho de otra manera, no se pueden dar soluciones locales a problemas globales. Y por eso la vieja Europa que ha sido capaz de dominar la Tierra tiene ahora que evitar convertirse en el patio trasero de un mundo cuyo centro se desplaza rápidamente hacia la región del Indo- Pacífico porque si lo hace, si nos convertimos en un patio trasero sin voz ni voto desapareceremos también como actor importante en el diseño del mundo que viene y también desaparecerá nuestro nivel de vida.

Eso exige reinventar Europa no ya sólo como un espacio de paz, un mensaje que los jóvenes ya no entienden porque tienen la suerte de que las guerras europeas les queden lejos, sino como un espacio de redistribución de rentas y de bienestar colectivo con una política común en Defensa y Exteriores. Un espacio de valores que ya no comparten los paises que hoy se preparan para dominar el mundo y que proceden de otras tradiciones culturales. Tenemos que defender y perfeccionar nuestra democracia frente al asalto de autoritarismos populistas y de nacionalismos de vía estrecha y si ya no podemos tomar las grandes decisiones políticas y económicas, seamos al menos el faro de Libertad y de valores morales que ilumine al mundo que viene. Trump ha renunciado a defenderlos y al hacerlo nos ha puesto esa antorcha en las manos.

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