De acuerdo, olvidemos el reparto de votos porque el barómetro de ayer está casi tan sesgado como los sondeos que elaboraba el CIS a las órdenes de Soraya. Es mejor concentrarse en la valoración personal de los líderes, o en la figura que los españoles desean al frente del Gobierno. Son datos imposibles de manipular, salvo que entremos en la esfera criminal. Y ahí nos encontramos con una puntuación de solo 2.9 para Pablo Casado, inferior incluso a la desmedrada estima que suscitaba Rajoy cuando encabezaba la oposición a Zapatero. Pedro Sánchez se asienta en 3.9.
Si nos adentramos en la inocente pregunta de "¿quién desearía que fuera presidente del Gobierno en estos momentos?", resulta que Sánchez triplica prácticamente a Casado, que también se sitúa muy por detrás de Albert Rivera y emparejado con Pablo Iglesias. Conviene recordar que estamos hablando del presidente del PP, el partido imperial y hegemónico de la España reciente. Y si alguien esgrime la disculpa de que el secretario general socialista cuenta con la ventaja de La Moncloa, habrá que corregirle que la labor del PSOE en el Gobierno no recibe precisamente parabienes de los sondeados. Aunque, de nuevo, los populares se despeñan a mayor profundidad como responsables de la oposición.
Sin pronunciar una sola palabra sobre porcentajes y escaños, Casado no cae demasiado bien, pese a que ejerce de guiñol obediente a la instrucción de aporrear cada cuestión política con un mazo. El PP puede encomendarse a las vírgenes andaluzas para ir acumulando gobiernos regionales desde un retroceso de vértigo, pero si la flauta sonara siempre, no existiría la casualidad. Los sucesivos barómetros arruinan la ficción de la España mediática, que sigue apuntalando un bipartidismo residual y cada día más resquebrajado. Los ciudadanos ven a los partidos como un grave problema, eso también lo dice el CIS.
