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Antonio Papell

Venezuela y la oposición

En democracia, la oposición debe oponerse, y ha de hacerlo descarnadamente y sin contemplaciones porque, según los clásicos, le corresponde ejercer las funciones de contradicción y control del poder. Pero todo, incluso los derechos y las libertades, tiene límites en un Estado de Derecho, que son los establecidos por las leyes democráticas y por la propia razón humana. Y cuando el discurso de oposición se vuelve dicterio con demasiada frecuencia o utiliza argumentos demagógicos o inválidos por inverosímiles, el sistema se resiente y la ciudadanía responde con la desafección.

Aquí, la forma de ejercer la oposición es ya, desde hace tiempo, desaforada y bronca, pero estas líneas se escriben sobre todo al hilo de la cuestión de Venezuela. Un problema muy arduo sobre todo para los venezolanos, que Casado y Rivera están gestionando a impulsos de la política interna y de sus particulares intereses. Algo sin duda percibido por la opinión pública, probablemente harta de tanto derroche demagógico.

Sánchez, como se sabe, ha concertado su posición con Londres, París y Berlín (nada menos), en el sentido de dar a Maduro un estrechísimo margen para que convoque elecciones (algo que no va a hacer evidentemente porque no parece que tenga ideas suicidas) pero sobre todo para que el ejército venezolano tenga unos días para afirmar una posición, sabiendo como sabe que Maduro está tocado de muerte y que su descabalgamiento es inexorable a corto plazo. No sólo porque Washington ya ha dejado de lado los eufemismos y ha tomado una posición bien clara sino porque el hambre de un país tiene límites, pasados los cuales la posición del dictador no es sostenible. Y esos límites, cuando el hedor del metro de Caracas se ha vuelto insoportable porque los venezolanos no tienen jabón para lavarse, cuando hay tres millones de exiliados económicos, cuando el PIB retrocede casi veinte puntos al año y los rostros callejeros empiezan a denotar el hambre, se han traspasado hace tiempo.

Pues bien: Pablo Casado ha dicho que con estos ocho días de margen "Sánchez sigue dando aire a Maduro, en lugar de liderar la acción internacional para dar salida a la dictadura y acudir en ayuda humanitaria a un pueblo sometido a la miseria". Y el líder de Ciudadanos ha remachado irrazonablemente la crítica "Cada día que pasa sin que España reconozca a Guaidó es un día perdido para la democracia y la libertad allí. Le pido a Sánchez que esté a la altura del pueblo español. Es inasumible que un tirano como Maduro pueda organizar elecciones libres".

Cualquier demócrata muestra gran pudor a la hora de adoptar medidas excepcionales. El joven Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional (institución legítima, orillada por Maduro) se autoproclamó presidente interino de la República en la calle y en la clandestinidad, sin formalidad alguna, tras recibir el plácet de Trump y con el apoyo de Bolsonaro y la mayoría de los jefes de Estado latinoamericanos. Ante esta excentricidad, que la situación de emergencia de Venezuela justifica, la adopción de alguna cautela como han hecho cuatro grandes países de la UE parece razonable y, lo que es también importante, puede ser eficaz. Así las cosas, es penoso que Casado y Rivera estén más atentos a nuestras elecciones de mayo que a la solución del problema caribeño, porque, digámoslo claro, su actitud no ayuda: el desafuero de la crítica exterior da razones a Maduro, que en cambio no resiste la denuncia templada y firme de las grandes democracias.

A veces parece que los políticos, que por cierto vuelan cada vez más bajo, están convencidos de que se puede convencer de cualquier cosa descabellada a esta ciudadanía inteligente que cada día está mas decidida a ejercer sin contemplaciones su capacidad de autodeterminación personal. Y cuando la crítica desaforada no coincide con el criterio que dicta el más palmario sentido común, el descrédito se cierne sobre el emisor del dislate, y, de paso, se deteriora un poco más el sistema pluralista. Deberían amortiguar los gritos y medir mejor sus palabras quienes tienen el pronto a punto y muy suelta la lengua de insultar y descalificar a los demás.

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