Diario de Mallorca

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Juan José Millas

Tierra de Nadie

Juan José Millás

El joven Papa

Vamos tirando. Al mundo le quedan dos minutos (dos minutos cósmicos, se entiende) y aquí seguimos tirando de él, del mundo y de nosotros, como Dios nos da a entender. Dos minutos cósmicos deben de ser mil años o así, quizá más, pero el final, según los científicos, podría adelantarse con un desastre nuclear oportuno. Un representante de los empresarios, en una entrevista, dice que una contrarreforma laboral sería como volver al siglo XX. El siglo XX, piensa uno, fue mejor que el XXI en lo que se refiere a los derechos laborales. No sé por qué le molesta. O sí, sí lo sé, pero no me cabe en la cabeza que los empresarios continúen en el siglo XIX y que su aspiración sea la de regresar a la Edad Media. Claro, que tampoco me cabe en la cabeza que la gente vaya a la puerta del juzgado a aplaudir a Ronaldo como si fuera un rebelde, un revolucionario, un líder. Todo aquello que no nos cabe en la cabeza acaba encontrando acomodo en la realidad porque la realidad tiene más metros cúbicos que el cráneo.

La realidad es grande, de ahí que a lo máximo que podamos aspirar es a ir tirando de ella. Por fortuna la industria del entretenimiento crece en magnitudes directamente proporcionales a los disparates. A mayores cantidades de desatino, más series de televisión. Sin series, estos dos minutos de vida que le quedan al mundo se harían insoportables. Lo digo porque en las últimas reuniones sociales a las que he acudido no se habla de otra cosa. Da la impresión de que la gente ve las series en sesión continua. Algunas son muy buenas. Pero no las vemos por eso, porque sean buenas. Las vemos para aturdirnos, para no pensar. En esto, a mitad de un capítulo de El joven Papa (genial, por cierto) llaman a la puerta y es el chico de Glovo, que nos trae la cena. Cuando se marcha, te asomas un momento al balcón y lo ves pedalear con esa caja gigantesca a la espalda. Entonces durante treinta o cuarenta segundos, sientes una punzada de culpa. Pero ahora no hablamos de segundos cósmicos, de modo que pasan enseguida. En esto suena el teléfono. Un amigo, qué cómo vas, te dice. Tirando le contestas y sigues disfrutando de la serie, y de la cena, mientras el mundo se achicharra.

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