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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Europa frente a sus miedos

La UE vuelve a mostrar su irrelevancia internacional cada vez que ha de encarar una crisis. La respuesta europea a la situación en Venezuela confunde la prudencia con la cobardía

En su reciente libro The Dawn of Eurasia, el exministro portugués de asuntos europeos Bruno Maçães relaciona la crisis de la Unión Europea con la incapacidad para tomar decisiones políticas. Qué lejos quedan los tiempos en que Europa aspiraba a tener una voz única en el mundo. Durante varias décadas prodigiosas, coincidiendo con la entrada de España en el proyecto comunitario, se fue sucediendo una serie de saltos enormes: la apertura de las fronteras y la libre circulación de personas y mercancías; la euroorden -puesta en entredicho ahora tras el ridículo con Puigdemont- y la moneda única; el éxito indiscutible del programa Erasmus y el fracaso, quizás por excesivamente apresurada, de la constitución europea; los fondos estructurales y de cohesión y la gran expansión hacia los países del Este y del Norte. Para los que nacimos en la década de los setenta o a principios de los ochenta, "democracia" y "continente" fueron palabras casi sinónimas: la democracia era Europa, el progreso también. La caída del Muro y la mejora de la economía, la ampliación de los derechos y libertades o la asunción como propios de usos y costumbres extranjeros parecían acompasar el ritmo de los tiempos. Era, por supuesto, una lectura superficial e ingenua de los procesos históricos -ahora lo sabemos-; pero, ¿qué se les puede pedir a los jóvenes cuando empiezan a formar sus conciencias? Vista en perspectiva, fue una época dorada que selló el siglo XX del mejor modo posible, porque incluso el horror yugoslavo -alentado por los nacionalismos- pertenecía al mundo anecdótico de los errores históricos. Nos equivocábamos, claro está. El futuro dependía de nuestra voluntad, pero esa voluntad resultaba mucho más caprichosa y sombría de lo que creíamos posible.

Tras la época de los Kohl, Mitterrand y González, la nueva Europa que surgió del euro empezó a refugiarse en sí misma. Es probable que dos factores jugaran un papel considerable. El primero fue el atentado islamista contra las Torres Gemelas, que dio inicio al siglo XXI: el mundo viraba aceleradamente de la estabilidad a la inestabilidad, de la persuasión política a la fuerza. La Unión sencillamente carecía de las herramientas necesarias para manejarse con soltura en este nuevo escenario. El segundo factor nos habla del enorme impacto económico -todavía difícil de calcular- que ha supuesto la globalización y la irrupción de China como actor relevante. La desorientación que siguió al crash financiero de 2008 terminó por perfilar el contexto social del miedo. Sin liderazgo político y sujeta al estallido emocional de las sociedades, la Unión acentuó una de sus peores características: la gradual sustitución de las decisiones políticas por las burocráticas.

La pugna abierta ahora en Venezuela por el control del país ha vuelto a poner de manifiesto las dificultades por las que atraviesa Europa. Incapaces de tomar una postura común que escenifique una posición nítida, los líderes europeos han actuado con una prudencia teñida de cobardía: ni a favor ni en contra de la democracia en Venezuela, la UE se ha ocultado tras un discurso plagado de eufemismos. Si los Estados Unidos, Canadá, Rusia o China han hablado claramente; si los países iberoamericanos han adoptado una u otra posición, la Unión ha actuado torpe y lentamente. Hay algo trágico en esta irrelevancia que es el fruto de la debilidad interna, de la división y de una cultura institucional esclerotizada y no operativa. O, mejor dicho, que sólo lo es en condiciones de laboratorio. Precisamente aquellas que rara vez se dan.

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